También a la expansión de las legiones romanas por el
territorio hispano debemos la introducción de los fragantes melocotones en nuestro
agro, que no sólo durante los meses de julio y agosto enriquecen nuestra dieta,
ya que desde la antigüedad se han ido desarrollando distintos métodos para
prolongar su disponibilidad en la despensa más allá de la época estival:
almacenados enteros entre el trigo -para prolongar su frescura-, cortados en gajos y desecados al
aire o al sol -los populares “orejones”-, cocidos sin hueso con miel o con azúcar -en
mermeladas y confituras-, sumergidos una vez escaldados en aguardiente -que como el cultivo de la caña del ingrediente anterior los
árabes trajeron a la Península- o troceados y envueltos en una cubertura de chocolate -tras la
importación del cacao del continente americano- y en envases cerrados y sometidos
al calor -desde que en 1795 Nicolas Appert desarrollara su método,
perfeccionado por su sobrino Raymond Chevallier-Appert inventor del autoclave-, por lo que no es de extrañar que no haya despertado el
interés de las empresas que investigan y emplean nuevos sistemas de conservación, como al vacío o la congelación.
Originarios de la antigua China, donde se asociaban con la
inmortalidad -al considerarse que eran el alimento de las divinidades-, los
melocotones aparecen en numerosas leyendas del folklore oriental, como fuente
de casi milagrosa longevidad, fuerza,
vitalidad y fertilidad, así que no es de extrañar que en algunas de sus
representaciones los míticos “inmortales” lleven en su mano uno o varios de
estos frutos, que se incluyan en los bordados de los trajes nupciales o que el
héroe japonés matador de demonios Momotaro naciera de un gran melocotón
rescatado de un río por un muy anciano matrimonio.
A pesar del poco aprecio que, temerosos de que la fuerte
toxicidad de la infusión de sus flores permaneciera en los frutos, mostraron
durante siglos hacia los melocotones los árabes -grandes aficionados a esta fruta en
la actualidad, a juzgar por el volumen que importan los países del ámbito islámico
de esta fruta en almíbar-, fue a través de una de las rutas comerciales de la seda de los caravaneros, hace más de 4.000 años llegaron a Persia y en el siglo IV a.C. ya se cultivaban en Grecia.desde la época de Columela (siglo I d.C.) se vienen
recolectando dulces y sabrosas son las diferentes variedades en los campos de
la antigua Iberia desde junio a septiembre,
en función de la climatología de cada región.
Según Plinio, su nomenclatura latina (Prunus persica, Amiygdalus persica o Persica vulgaris) se deriva del rey Perseo, que lo introdujo en Menfis-, su sabor se dulcificó al aclimatarse en Egipto, de donde se derivan muchas de las diferentes variedades que actualmente encontramos en los mercados asiáticos y occidentales: blandos o primerizos (“springtime”, “dixirel”, “cardinal”) y duros o “de viña” (“sanlorenzo”, “sudanell”, “rojo de Gallur”, “maruja”), amarillos (“haley loader”) o blancos (“bella de Lugo”)....
Sin tener en cuenta los obtenidos mediante nuevas técnicas
de producción en zonas que hasta hace unas décadas estaban yermas ni los que
merced a la evolución de los transportes proceden de otros países, a finales de
mayo llegan a nuestros mercados los autóctonos “tempranos” procedentes de
Sevilla, Huelva y Valencia; entre julio y principios de agosto, se recolectan
los “semiprecoces” en los campos de Murcia, Valencia, Extremadura, Tarragona y
Barcelona; durante el mes central del estío, la mayoría de los huertos y fincas
familiares ubicados en las zonas donde la presencia romana dejó su fuerte
impronta cultural (la Ribera navarra y aragonesa del Ebro, la Rioja Baja, las
vegas de los grandes ríos castellanos, Lugo, León...), abastecen las despensas de cada zona, y hasta finales de septiembre se recogen en
Teruel los apreciados “tardíos” de Calanda, que cuentan con denominación de
origen.
Ángel Muro, en su Diccionario
de Cocina, organiza en tres grupos: “abridores”, de agradable y pronunciado
gusto, con carne jugosa y blanca que se desprende fácilmente del hueso;
“pavías”, de piel fina y carne firme adherida al hueso, y “bruñones”, con
suculenta y aromática pulpa blanca o amarilla envuelta en piel tersa cubierta
de una suave pelusilla que no agrada a todo el mundo.
La refrescante pulpa de los duraznos -término
con el que se conocen los melocotones en muchos países de Iberoamérica-, muy
fácil de digerir, tiene propiedades diuréticas, ligeramente laxantes y
depurativas de los riñones y de las vías urinarias además de ser un excelente
antioxidante celular, tanto por vía interna como usada tópicamente -razón por
lo que trabajan con ella, además de por su tonificante aroma, tanto los
laboratorios de las empresas de cosmética como los de la cada vez más pujante
parafarmacia- y su consumo está especialmente indicado contra las dispepsias, hematurias y
litiasis urinarias así como para quienes tienden a padecer episodios
hemorrágicos o sufren una alterada permeabilidad capilar (infecciones
reumáticas, tóxicas, medicamentosas) edemas y derrames serosos (pleuresías,
ascitis), hemorragias retinianas y arteritis de los miembros inferiores.
Al natural o en almíbar -cocidos en casa o de modo
industrial-, los melocotones son el
ingrediente protagonista de numerosos platos de alta cocina,
tanto clásica (en postres: Adriana, Alexandra, Aurora, Cardenal, Emperatriz
Eugenia, Melba, Duquesito, Trianon..., y como guarnición de aves y asados de
cerdo y de vacuno) como creativa, cuyos artífices han ampliado el empleo de los
melocotones, aderezados con sal, hierbas aromáticas (albahaca, hierbabuena,
tomillo o mejorana), especias diferentes a las tradicionales vainilla o canela
(jengibre, nuez moscada, curry y distintas pimientas) y aceite de oliva, para elaborar gazpachos,
sopas frías y ensaladas de ahumados o de mariscos, o bien realizar con los
sabrosos duraznos sorprendentes espumas, galletas, crujientes, salsas y
gelatinas que ornamentan entrantes, platos principales, postres y canapés.
Apoteca:
Y a su versatilidad en la cocina hemos de agregar su valor
nutricional, ya que los melocotones, ricos en azúcares, aportan a nuestro
organismo:
Provitamina A: Participa en la síntesis de enzimas hepáticos, hormonas
sexuales y suprarrenales.
Vitamina B1: Eficaz paliativo de avitaminosis, dolores neurálgicos
y reumáticos y neuritis y polineuritis crónicas.
Vitamina B2: Interviene en el crecimiento y regeneración de los
tejidos musculares.
Vitamina B3: Contrarresta los trastornos circulatorios y
activa el metabolismo celular.
Vitamina B5: Activa el sistema simpático y asegura el buen
estado de piel y cabello.
Vitamina C: Aumenta las defensas del organismo, consolida fracturas y la
cicatrización de quemaduras.
Vitamina E: Antioxidante celular, mejora la oxigenación de los capilares sanguíneos.
Potasio: Estabilizador del ritmo cardíaco.
Sodio: Mantiene el
equilibrio de agua en el organismo y permite las contracciones musculares y los
influjos nerviosos,
Calcio: Fundamental en la formación y buen estado de huesos, uñas y dientes.
Magnesio: Eficaz contra el estrés, ayuda a mantener el buen
funcionamiento del sistema nervioso y favorece la formación de anticuerpos.
Hierro:
Transportador del oxígeno a las células.
Fósforo: Permite liberar rápidamente la energía precisa.
Azufre: Imprescindible en la correcta respiración celular y en la
eliminación de toxinas.
Cloro: Interviene en la estabilización iónica de las membranas celulares.
Manganeso: Excelente antioxidante, contribuye a la correcta formación de
huesos, articulaciones y sistema nervioso.
Cromo: Participa en la
fabricación de los glóbulos rojos y de la mielina.
Así que, recogidos del árbol o del frutero, ¡a por ellos!