lunes, 7 de julio de 2014

Melocotones estivales: perfume oriental en los huertos hispanos

También a la expansión de las legiones romanas por el territorio hispano debemos la introducción de los fragantes melocotones en nuestro agro, que no sólo durante los meses de julio y agosto enriquecen nuestra dieta, ya que desde la antigüedad se han ido desarrollando distintos métodos para prolongar su disponibilidad en la despensa más allá de la época estival: almacenados enteros entre el trigo -para prolongar su frescura-, cortados en gajos y desecados al aire o al sol -los populares “orejones”-, cocidos sin hueso con miel o con azúcar -en mermeladas y confituras-, sumergidos una vez escaldados en aguardiente  -que como el cultivo de la caña del ingrediente anterior los árabes trajeron a la Península- o troceados y envueltos en una cubertura de chocolate -tras la importación del cacao del continente americano- y en envases cerrados y sometidos al calor -desde que en 1795 Nicolas Appert desarrollara su método, perfeccionado por su sobrino Raymond Chevallier-Appert inventor del autoclave-, por lo que no es de extrañar que no haya despertado el interés de las empresas que investigan y emplean  nuevos sistemas de conservación, como  al vacío o la congelación.
Originarios de la antigua China, donde se asociaban con la inmortalidad -al considerarse que eran el alimento de las divinidades-, los melocotones aparecen en numerosas leyendas del folklore oriental, como fuente de casi milagrosa longevidad, fuerza,  vitalidad y fertilidad, así que no es de extrañar que en algunas de sus representaciones los míticos “inmortales” lleven en su mano uno o varios de estos frutos, que se incluyan en los bordados de los trajes nupciales o que el héroe japonés matador de demonios Momotaro naciera de un gran melocotón rescatado de un río por un muy anciano matrimonio.
A pesar del poco aprecio que, temerosos de que la fuerte toxicidad de la infusión de sus flores permaneciera en los frutos, mostraron durante siglos hacia los melocotones los árabes -grandes aficionados a esta fruta en la actualidad, a juzgar por el volumen que importan los países del ámbito islámico de esta fruta en almíbar-, fue a través de una de las rutas comerciales de la seda de los caravaneros, hace más de 4.000 años llegaron a Persia y en el siglo IV a.C. ya se cultivaban en Grecia.desde la época de Columela (siglo I d.C.) se vienen recolectando dulces y sabrosas son las diferentes variedades en los campos de la antigua Iberia desde junio a septiembre,  en función de la climatología de cada región.
 Según Plinio,  su nomenclatura latina (Prunus persicaAmiygdalus persica o Persica vulgaris) se deriva del rey Perseo, que lo introdujo en Menfis-, su sabor se dulcificó al aclimatarse en Egipto, de donde se derivan muchas de las diferentes variedades que actualmente encontramos  en los mercados asiáticos y occidentales: blandos o primerizos (“springtime”, “dixirel”, “cardinal”) y duros o “de viña” (“sanlorenzo”, “sudanell”, “rojo de Gallur”, “maruja”), amarillos (“haley loader”) o blancos (“bella de Lugo”)....
Sin tener en cuenta los obtenidos mediante nuevas técnicas de producción en zonas que hasta hace unas décadas estaban yermas ni los que merced a la evolución de los transportes proceden de otros países, a finales de mayo llegan a nuestros mercados los autóctonos “tempranos” procedentes de Sevilla, Huelva y Valencia; entre julio y principios de agosto, se recolectan los “semiprecoces” en los campos de Murcia, Valencia, Extremadura, Tarragona y Barcelona; durante el mes central del estío, la mayoría de los huertos y fincas familiares ubicados en las zonas donde la presencia romana dejó su fuerte impronta cultural (la Ribera navarra y aragonesa del Ebro, la Rioja Baja, las vegas de los grandes ríos castellanos, Lugo, León...),  abastecen las despensas de cada zona, y  hasta finales de septiembre se recogen en Teruel los apreciados “tardíos” de Calanda, que cuentan con denominación de origen.
Ángel Muro, en su Diccionario de Cocina, organiza en tres grupos: “abridores”, de agradable y pronunciado gusto, con carne jugosa y blanca que se desprende fácilmente del hueso; “pavías”, de piel fina y carne firme adherida al hueso, y “bruñones”, con suculenta y aromática pulpa blanca o amarilla envuelta en piel tersa cubierta de una suave pelusilla que no agrada a todo el mundo.
La refrescante pulpa de los duraznos -término con el que se conocen los melocotones en muchos países de Iberoamérica-, muy fácil de digerir, tiene propiedades diuréticas, ligeramente laxantes y depurativas de los riñones y de las vías urinarias además de ser un excelente antioxidante celular, tanto por vía interna como usada tópicamente -razón por lo que trabajan con ella, además de por su tonificante aroma, tanto los laboratorios de las empresas de cosmética como los de la cada vez más pujante parafarmacia- y su consumo está especialmente indicado contra las dispepsias, hematurias y litiasis urinarias así como para quienes tienden a padecer episodios hemorrágicos o sufren una alterada permeabilidad capilar (infecciones reumáticas, tóxicas, medicamentosas) edemas y derrames serosos (pleuresías, ascitis), hemorragias retinianas y arteritis de los miembros inferiores.

Al natural o en almíbar -cocidos en casa o de modo industrial-, los melocotones son el ingrediente protagonista de numerosos platos de alta cocina, tanto clásica (en postres: Adriana, Alexandra, Aurora, Cardenal, Emperatriz Eugenia, Melba, Duquesito, Trianon..., y como guarnición de aves y asados de cerdo y de vacuno) como creativa, cuyos artífices han ampliado el empleo de los melocotones, aderezados con sal, hierbas aromáticas (albahaca, hierbabuena, tomillo o mejorana), especias diferentes a las tradicionales vainilla o canela (jengibre, nuez moscada, curry y distintas pimientas) y  aceite de oliva, para elaborar gazpachos, sopas frías y ensaladas de ahumados o de mariscos, o bien realizar con los sabrosos duraznos sorprendentes espumas, galletas, crujientes, salsas y gelatinas que ornamentan entrantes, platos principales, postres y canapés. 
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Y a su versatilidad en la cocina hemos de agregar su valor nutricional, ya que los melocotones, ricos en azúcares, aportan a nuestro organismo:
Provitamina A: Participa en la síntesis de enzimas hepáticos, hormonas sexuales y suprarrenales.
Vitamina B1: Eficaz paliativo de avitaminosis, dolores neurálgicos y reumáticos y neuritis y polineuritis crónicas.
Vitamina B2: Interviene en el crecimiento y regeneración de los tejidos musculares.
Vitamina B3: Contrarresta los trastornos circulatorios y activa el metabolismo celular.
Vitamina B5: Activa el sistema simpático y asegura el buen estado de piel y cabello.
Vitamina C: Aumenta las defensas del organismo, consolida fracturas y la cicatrización de quemaduras.
Vitamina E: Antioxidante celular, mejora la oxigenación de los capilares sanguíneos.
Potasio: Estabilizador del ritmo cardíaco.
Sodio: Mantiene el equilibrio de agua en el organismo y permite las contracciones musculares y los influjos nerviosos,
Calcio: Fundamental en la formación y buen estado de huesos, uñas y dientes.
Magnesio: Eficaz contra el estrés, ayuda a mantener el buen funcionamiento del sistema nervioso y favorece la formación de anticuerpos.
Hierro: Transportador del oxígeno a las células.
Fósforo: Permite liberar rápidamente la energía precisa.
Azufre: Imprescindible en la correcta respiración celular y en la eliminación de toxinas.
Cloro: Interviene en la estabilización iónica de las membranas celulares.
Manganeso: Excelente antioxidante, contribuye a la correcta formación de huesos, articulaciones y sistema nervioso.
Cromo: Participa en la fabricación de los glóbulos rojos y de la mielina.

Así que, recogidos del árbol o del frutero, ¡a por ellos!