Ya en mi primer post de esta bitácora mencioné la importancia adjudicada
desde antiguo en las culturas del hemisferio norte de nuestro planeta para las
tareas relacionadas con la limpieza de instalaciones y organismos –tan sabia como necesaria medida que según
parece están dispuestos a desarrollar algunos padres de la patria en nuestras
instituciones– en este mes, en el que además de la mencionada festividad de
Imbolc en los antiguos pueblos del norte europeo el el día 1 se celebra en el
calendario cristiano el día de la
Candelaria , y si en aquélla los celtas hacían pasar sus reses
entre flamígeras hogueras de corrales y rediles para que quedaran exentas de
enfermedades, en ésta aún se celebran y no sólo en el medio rural procesiones dentro
y en derredor de los templos con candelas bendecidas que encendidas en los
hogares durante las tormentas evitarían la llegada de rayos e inundaciones, de
cuyo resultado dependía la supervivencia en aquellas sociedades eminentemente
agropecuarias.
Luminarias y fogatas de invierno, cuyo ciclo se inicia a mediados de
enero (el día 16) con las hogueras en honor a Antonio Abad, protector de los
animales domésticos –antaño proveedores de alimento y fuerza “de sangre” para
su producción y transporte y ahora considerados mascotas– y quien, según su
hagiografía, cual Prometeo canonizado,
volviera del infierno tras recuperar el cochinillo que le habían robado los
demonios con el fuego encendido en sus vísceras, cuyas llamas, además de
intentar calentar la tierra aún fría por la debilidad solar es un excelente y
radical purificador, cuando no se habían inventado o desarrollado otros métodos
profilácticos ni desinfectantes contra la podredumbre social*.
Y difícilmente sin fuego se podrían cocer en el horno –aunque ahora se
disponga de eléctricos– los roscos y panecillos, herederos de los que griegos y
romanos ofrecían en sus templos a sus divinidades, que una vez bendecidos el
día 3, en honor de Blas de Sebaste –el armenio que fuera médico, eremita y
obispo antes de mártir en el siglo IV–, protector contra las enfermedades de la garganta, importante papel para
la supervivencia de la población cuando el absentismo laboral de algún miembro
de la familia o de la comunidad por problemas respiratorios alteraba el buen
resultado de cosechas y la prosperidad de los rebaños.
Del mantenimiento del fuego del horno comunal o del
fogón doméstico se encargaban las mujeres, que desde hace siglos el día 5 celebran la memoria
de la protectora del sexo femenino (especialmente de las enfermeras y de
las madres que dan de mamar), por sus funciones nutricia, sanadora y de organización
del ámbito familiar, Águeda de Catania, la hija de un senador romano que fuera
arrojada y revolcada sobre carbones ardientes hasta su muerte tras haberle
arrancada sus virginales pechos, y en esa fecha en muchos de nuestros pueblos y
villas (no sólo en Zamarramala) tradicionalmente se altera el orden habitual y
abuelas, madres e hijas abandonan pucheros y otras tareas domésticas e incluso
laborales, para disfrutar con sus congéneres de comidas, cenas y paseos
nocturnos con rondallas y coros, como herederas de las culturas matriarcales
anteriores al siglo III.
Brigitt, Brighid o Bridgid (que el cristianismo fagocito como Sta. Brígida, inventora
de una variedad de cerveza irlandesa, según algunos autores), la Calendaria (en honor de
la madre de Cristo) y Águeda, festividades que junto con la del sanador Blas,
se homenajean en la primera semana lunar de febrero según el calendario
gregoriano, y es la Luna
y no el Sol el astro que cumple un papel definitivo en la datación del ya
iniciado Carnaval.
Pero de los ágapes y ayunos propios de estas fechas,
ya trataremos en otra próxima ocasión, pues de momento os deseo que disfrutéis,
con vuestro ropaje habitual o con creativas vestimentas, del vivificador caos cívico
para alterar u olvidar el triste panorama social.
¡Aupemos el ánimo y avivemos la curiosidad!