viernes, 30 de mayo de 2014

Cuando el frutero se asemeja a un joyero

Este año el mes de mayo ha marceado, y casi todas las cosechas parecen haberse retrasado, de modo que hemos tenido que esperar a la última semana para ver en fruterías y colmados las primeras frutas de hueso, compartiendo espacio con los cítricos invernales y las siempre presentes manzanas y peras o plátanos, en vez de con  los espárragos y las alcachofas primaverales, pero ya están aquí los nísperos, las cerezas y los albaricoques, que anuncian la proximidad del verano.
Presentes en el mercado durante todo el año, merced al desarrollo de los sistemas de cultivo y de transporte, ahora es el momento adecuado para consumir estas delicadas frutas, aprovechando la breve temporada en que están en sazón.

Cerezas y guindas, los rubíes del frutero

De un brillante rojo, cuya intensidad puede acercarse al negro, y forma esférica, como atractivas y nutritivas ampollas de sangre que encierran una pulpa blanca jugosa y aromática, son los frutos con que al iniciarse el verano nos obsequian los cerezos, de estimada madera  que por su dureza y resistencia al calor –se utiliza en finos trabajos de ebanistería y en la elaboración de pipas y boquillas de fumador– durante el Medioevo se consideraba cargada de poderes mágicos y, además de protagonizar diferentes leyendas y emplearse para la elaboración de talismanes contra el ahogamiento y las fuerzas diabólicas, en los ritos de mayo los mozos de muchas aldeas europeas colocaban una de sus ramas en la casa de la mujer casadera cuya afición pretendían afianzar.
Las dulces variedades silvestres (Prunus avium), de origen caucásico y que las aves extendieron por el continente euroasiático, que ya eran consumidas en el Neolítico por nuestros antepasados, fueron cultivadas hace casi tres mil años en el antiguo Egipto y muy apreciadas en la Grecia clásica, según menciona Teofrasto, si bien parece ser que fuera Lúculo –al regresar de su campaña contra Mitridates, rey del Ponto,  en el año 65–  quien introdujo en sus banquetes el consumo de los frutos del árbol de la familia de las rosáceas (prunus cerasus) que él conociera en  la ciudad de Cherasus, y que debemos las numerosas variedades conocidas en el antiguo continente a la labor cruzada en el imperio de Roma de laboriosos agricultores, afanados en conseguir injertos, y de bélicos soldados, que esparcieron sus semillas por donde avanzaban las legiones al escupir –o defecar– los huesos tras consumir los frutos, y en sus escritos Plinio el Viejo ya describe ocho variedades de cerezas en la península vecina.
Árboles asociados a la ambición en los pueblos celtas, en las culturas orientales simbolizan el renacer cíclico de la naturaleza, ya que al revestirse sus esqueléticas ramas de frondosas hojas y atractivas flores anuncia la llegada de la primavera, celebrada en Japón con el festival de Hanami (hana: flor, -mi: ver), cuando familias y amigos se reúnen en parques y jardines, para compartir los alimentos que todos aportan y contemplar la efímera floración, antigua costumbre ya registrada en Kojiki, una de las primeras obras de la literatura épica japonesa (año 712), y en la poesía de la era Heian (794-1185), y que en la actualidad sirve para afianzar las relaciones de hermanamiento de ciudades niponas con estadounidenses de similar clima, que disfrutan simultáneamente del delicado sakura, de tan breve duración.
Y si bien en el valle del Jerte han sabido emular tal costumbre y promocionar la comarca extremeña desde el punto de vista turístico para su promoción en el momento de floración, hay otras regiones españolas donde desde hace siglos se producen excelentes cerezas, como en Milagro (municipio de la Ribera navarra), que, junto con las de Toro (Zamora), eran las más apreciadas por Ángel Muro, así como en Alfarate (en la Axarquía malagueña), en Caudiel (Castellón), en la Sierra de Valencia, en Aragón o en el interior de Galicia y en León –zonas en que antaño se plantaban junto a las viñas,  y cuyo cultivo con fines comerciales se intensificó en el tercer cuarto del pasado siglo cuando se produjo una caída en el precio de la uva, al ser un árbol muy bien adaptado al secano que agradece estar en terrenos de regadío, lo que facilita el que durante todo el verano no precisemos en la península importar estas deliciosas frutas.

APOTECA: Por su acción refrescante y  remineralizante, su consumo está especialmente indicado para infantes y ancianos, mujeres fértiles (especialmente, si están embarazadas) y menopáusicas, deportistas y convalecientes, quienes padecen anemia, gota, reuma, hipertensión, artritis, estreñimiento o estrés, así como para aumentar las defensas del organismo, equilibrar los niveles de colesterol, paliar deficiencias renales –salvo si se tiene condensación de oxalato cálcico–, disminuir el ácido úrico en sangre y el riesgo de sufrir alteraciones cardiovasculares y ciertos tipos de cáncer y de enfermedades degenerativas.
Muy ricas en carotenos (eficaces defensores de nuestra piel de los estragos solares), flavonoides (imprescindibles en la construcción de nuevas células y no sólo para la formación del feto) y sales potásicas (excelentes diuréticos y que equilibran el tono cardiaco), cerezas y guindas nos aportan hierro –como delata su intenso color–, calcio y  fósforo (fundamentales para el buen funcionamiento cerebral y la salud del esqueleto),  azufre (neutralizador de toxinas), sodio (asegurador de la humedad de todas las células), zinc (necesario para metabolizar las proteínas), cobre y cobalto (imprescindibles en la formación de hemoglobina), manganeso (necesario para sintetizar las grasas) y silicio (fijador del calcio en los huesos), además de ácido fólico (esencial para el aparato reproductor), B1 (desintoxicante natural), B2 (regeneradora celular), B3 (protectora de piel y capilares), B6 (estimulante del sistema simpático), B15 (hepatoprotectora) y C (esencial en la formación de colágeno y huesos y en la producción de glóbulos rojos) y ácidos málico, succínico y cítrico (estimulantes de las glándulas digestivas y depurativos sanguíneos) y una pequeña cantidad de salicílico (activo analgésico y antiinflamatorio natural, que puede originar ciertas alergias), y su fibra (suave laxante, por su contenido en pectina) alberga azúcares (levulosa o fructosa) fácilmente asimilables, incluso por quienes padecen de diabetes.
Al producir efecto saciante con un escaso aporte calórico, son un fiel aliado en las dietas de adelgazamiento –tan generalizadas en vísperas de las vacaciones estivales– al tiempo que, además de estimular el funcionamiento de hígado y páncreas, son un excelente aliado contra la oxidación celular y proporcionan a la piel un aspecto hidratado y  jugosa y radiante, como bien saben las industrias farmacéutica y cosmética, que desde antiguo incluyen hojas, frutos, pedúnculos y semillas de estos árboles en sus muchos de sus preparados.
Y como estos frutos no continúan su proceso de maduración una vez recolectados, las distintas variedades de cerezas –más dulces y redondas, que pueden desprenderse de sus rabos en el árbol, como las populares picotas y guindas –de sabor ácido, y excelente guarnición de platos de caza y de porcino son materia prima de tan exquisitas como tradicionales confituras, mermeladas y licores, para prolongar su breve temporalidad, pero cuando la sabia madre naturaleza nos provee de tan jugosos frutos, ¿por qué no disfrutar de la dieta de cerezas para depurar nuestro organismo y preparar nuestra epidermis para un saludable bronceado?

Cura de cerezas: Se trata de ingerir a lo largo de una jornada 2 kilos de cerezas  como único alimento, distribuidos en 4 ó 5 tomas, e intercalar entre horas 2 litros de la tisana obtenida al hervir los pedúnculos 5 min (eficaz remedio tradicional para tonificar el hígado, despejar las vías respiratorias y estimular el sistema inmunológico) antes de dejarla reposar 20 min para  filtrarla.

 


¡Salud y buenos alimentos!