Muy ricos en
fibra –tan útil para saciar el apetito y combatir el estreñimiento– y potasio y con poco sodio –su consumo está
especialmente indicado para enfermos cardiacos y renales–, repollos y berzas –considerados sinónimos en algunas de nuestras regiones–
nos aportan calcio, fósforo, magnesio –imprescindibles para la salud del
esqueleto–, hierro –antianémico transportador del oxígeno a las células–, cloro
–que interviene en las secreciones gástricas
y regula la presión osmótica intercelular–, yodo –que asegura el buen funcionamiento de la glándula
tiroides– y azufre –como delata el aroma que expele en su cocción, excelente
cicatrizante y depurativo de toxinas celular– además de retinol –provitamina A,
antioxidante natural– y vitaminas B1, B2, B3,
B6, B7 –equilibradoras del
sistema nervioso–, C –lo que evitó perecer de escorbuto a los marineros
holandeses en sus largas travesías con fines comerciales hacia las Indias
Occidentales merced a los barriles de col fermentada (chuccrutte) que llevaban en sus barcos– y E
–elixir de la juventud y de la fertilidad, como bien conocía la sabiduría
popular de Centroeuropa, donde era habitual ofrecer a los recién casados un
plato de coles al despertar, y origen de la leyenda que asociaba el nacimiento
de los infantes en los campos de coles.
Además, por su contenido en arginina –aminoácido enzimático
que estimula la circulación sanguínea–, el consumo habitual de coles mejora el
aparato circulatorio, al potenciar la elasticidad de arterias y venas, así como
también se está utilizando su jugo en las empresas cosméticas, adaptando a sus
ungüentos y preparados la sabiduría que ya mostraban las cortesanas francesas
de la corte del Rey Sol y Catalina la
Grande de todas las Rusias, que utilizaban las hojas externas de las berzas hervidas
como mascarillas faciales y el líquido de la cocción para realizar pediluvios y
paliar todo tipo de enfermedades de la piel.
Y para evitar el desagradable olor que desprenden las
coles al cocer, sólo hay que tener la precaución de incluir una manzana en el
agua o disponer sobre la tapadera un trozo de pan duro.
Así podemos disfrutar de estos tesoros de la huerta –que también podemos consumir crudos
aderezados con un aliño de mostaza y/o de yogur o crema agria–, que además de combatir
la astenia primaveral también está especialmente indicados tanto en las dietas
de adelgazamiento –por su alto porcentaje en fibra y ayudar en la
metabolización de las grasas–, como para reducir los niveles sanguíneos de
colesterol LDL y de ácido úrico, para activar el buen funcionamiento mental y de las
glándulas hormonales –en especial, la tiroides y la pituitaria– y paliar los dolores artríticos y reumáticos.
¡Buen provecho!
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