Ahora que prácticamente están a punto de acabarse
las comilonas navideñas y otras francachelas, es el momento de –al margen de
los buenos propósitos formulados para ese año–, es el momento de mimar nuestro
hígado con los productos que la madre naturaleza ha venido prodigando al ser
humano desde la noche de los tiempos, como la achicoria, el cardo y la
alcachofa.
Si bien sobre la última ya me explayé en primavera
(pues la misma planta ofrece dos cosechas para atemperar nuestro organismo, cuando lo necesita), hoy
centraré mi atención en la hortaliza que tanto Hipócrates como Galeno consideraba
“la amiga del hígado”: la achicoria, cuyas raíces y hojas de las variedades silvestres ya eran
utilizadas en decocción por los antiguos en los casos de insuficiencia hepática
y de la vesícula biliar.
Ángel Muro, en su Diccionario de
Cocina, también menciona las cualidades de sus hojas como refrigerante -muy eficaz contra las “fiebres tercianas”- y emoliente, tanto si se ingieren en crudo (aderezada con
aceite de oliva, ajo, comino y sal y reposada 60 min, o mezcladas con apio,
escarola, lechuga, berros y perifollo y sazonada con granos de granada y
azúcar) o tras haberlas escaldado guisadas en blanco o a la crema (picadas y
rehogadas en mantequilla antes de cocerlas en leche), al estilo comadre
(salteadas en mantequilla o manteca y cocinadas en caldo ligado con harina y
servidas con picatostes) o en su jugo (sometidas a una prolongada cocción en
manojos, con delgadas lonchas de tocino, cebolla, zanahoria y trozos de carne
de res, y aderezadas con hierbas aromáticas, sal, pimienta, clavo y nuez
moscada), como guarnición de chuletas asadas, de jamón frito o de salchichas.
Así que no es de extrañar que se
desarrollaran distintos métodos para conservarlas durante todo el año tras
cosecharlas entre diciembre y febrero, encurtidas -como refleja Columela (siglo I), en el capítulo IX del
décimo de sus Doce Libros de Agricultura- o en salmuera, según la receta que explica Ángel Muro en su Diccionario
anteriormente mencionado: tras blanquearlas en agua hirviendo y pasarlas por
agua helada, se disponen muy escurridas en una vasija por capas alternadas con
sal gorda; a las 24 horas, se elimina el líquido que hayan soltado y se agrega
una salmuera clara mezclada con aceite de oliva o con manteca, que al
solidificarse por la acción del frío en la superficie del recipiente
servirá de eficaz aislante contra el
ambiente exterior.
En el mismo artículo de la citada
obra, Ángel Muro no omite mencionar las virtudes tónicas de las hojas de esta
planta para fortalecer los órganos que intervienen en la digestión así como
para deshacer las obstrucciones de las vísceras abdominales y, por su acción
hepato-protectora, laxante y depurativa, para luchar contra las enfermedades de
la piel, así como también hace
referencia al jarabe de achicoria, cuya fórmula aparece en El Dioscórides
renovado, y entre las distintas variedades de achicoria tanto silvestres
como cultivadas que menciona, alaba
especialmente los valores terapéuticos de las en aquel tiempo se cosechaban en
Tudela.
Posteriormente, en los años treinta del pasado
siglo, el médico naturópata y
bacteriólogo Edward Bach, al elaborar un programa para lograr equilibrar las
exigencias emocionales que la vida cotidiana origina en las personas –obra que
desde hace un par de décadas vuelve a tomarse en consideración, ya sea por el
agotador ritmo que imprimimos a nuestro quehacer o por una progresiva
desconfianza cuando no temor o despecho hacia los ansiolíticos de la industria
farmacéutica–, recomendó consumir pequeñas dosis del extracto de esta planta
con sus flores a aquellas personas egoístas y posesivas, tendentes a manipular
su entorno, hipocondríacas o angustiadas por vivir en soledad.
También resulta útil para el consumo humano la raíz de la achicoria, pues con esta parte de la planta, convenientemente troceada y tostada, se elabora una infusión que si hace años era considerada como sucedáneo de café –lo que durante las últimas décadas ha originado su rechazo y olvido–, ahora está comenzando a ser utilizada en sustitución de éste por sus propiedades sedantes, estimulantes del apetito, bactericidas, hepatoprotectoras, hipotensoras y equilibradoras del ritmo cardíaco. Y para acentuar su acción diurética, depurativa, colerética y ligeramente laxante, basta con añadir al realizar la infusión algunas hojas frescas de achicoria a la raíz tostada que se adquiere perfectamente envasada en herbolarios y tiendas de alimentación bien abastecidas.
Y a la vista de estos datos, ¿no se está usted
preguntando dónde pueden estar los amplios campos dedicados al cultivo de tan
eficaz hortaliza mientras duda sobre si se trata de la misma planta que se
utilizaba como sucedáneo de café en tiempos de escasez o las amargas hierbas
silvestres que se crían al borde de los caminos, en los ribazos y sitios
incultos de tierra baja y de las montañas, así como en campos secos, de
terrenos calizos y arcillosos? Y a la duda sobre dónde aprovisionarse de achicoria
quizás se sume el desconcierto sobre el modo idóneo de condimentarla.
En la actualidad, merced a la actividad de las
empresas conserveras navarras, se empieza a difundir la achicoria ya cocida en
tarro de cristal (no desperdiciar el líquido del envase) para ser consumida
como otras verduras de hoja: aderezada con aceite en crudo o en sofrito; en
tortilla, en puré o como guarnición de tajadas de carne o de pescado o de legumbres cocidas.
Y si bien hasta hace pocos años sólo se podía
consumir la achicoria cruda durante finales del otoño hasta el mes de febrero, pues
su temporada coincide con los fríos, y es un perfecto acompañamiento de los
suculentos pucheros de legumbres con chacinería de cerdo, los asados de res y
de caza o los sustanciosos estofados invernales, si bien por iniciativa de la
ITG Agrícola de Navarra ya se ha empezado a cultivar en invernaderos.
Aunque la crujiente achicoria ha perdido el
protagonismo de que gozara en la dieta de nobles y plebeyos en tiempos pasados
y ha quedado relegada a meras referencias en los cocinarios laicos y conventuales,
como ha ocurrido con otras de nuestras hortalizas tradicionales cuyos cultivos
se han visto progresivamente desplazados por el de otros vegetales procedentes
de otras culturas culinarias que en los últimos años están cobrando notoria
importancia en los medios de comunicación (revistas, libros y prensa
audiovisual), llegando a crear en ocasiones cierto desconcierto en el
consumidor, al popularizar con el nombre de nuestro genuino artículo tales
productos, por pertenecer a la misma familia, la achicoria (Cichorium
intybus) no ha dejado de ser cultivada con esmero por los hortelanos de la
Ribera navarra para autoabastecerse de tan saludable planta.
Y esos esforzados trabajadores de la tierra continúan
envolviendo cada mata cuando está enterrada para así mantener blancas las
jugosas hojas internas del cogollo protegidas de la luz, más afines a las de la
invernal escarola -de la misma familia- que a las del radicchio oriundo del norte de Italia -cuya forma se asemeja a las lechugas repolludas de color
rojo con vetas blancas y que ha usurpado su
nombre al ser también conocida como “achicoria de Tresviso”- o las de la variante catalana de tonalidades rosa-doradas, similares a las lechugas de hoja de roble.
Tal vez por asociarse durante
décadas el consumo de achicoria con la época caracterizada por una economía de
precariedad que siguió la contienda fratricida que asoló nuestros campos y con
todo el instrumental de cocina disponible en cualquier hogar, ha llegado el
momento de revalorizar la actualmente escasa achicoria e incluirla en ensaladas
de caza, de ahumados o incluso de frutas e incorporarla infusionada o triturada
a vinagretas, limonetas y otras salsas emulsionadas de aceite de oliva (virgen
extra, por favor) con huevo o con un producto lácteo (yogur, queso cremoso o
leche).
Y así como paulatinamente se ha
logrado difundir la cultura del aceite de oliva en nuestro país, el mayor
productor de tan apreciada grasa, promocionar las excelencias organolépticas y saludables
de los jamones ibéricos fuera de nuestras fronteras o defender sin complejos
nuestra amplia variedad de quesos, es preciso impulsar el aprecio por toda la
amplia gama de hortalizas y frutas de excelente calidad que se producen en
nuestros campos, fuente inestimable de salud y placer, y agradecer los esfuerzos que las gentes del agro emplean en sus cultivos
no escatimando en el precio a la hora de adquirir esta clase de productos, ya
sea en fresco o envasados.
De momento, para no prolongar excesivamente
este post, dejaré la información más detallada sobre los beneficios que nos
aporta esta hortaliza en “APOTECA: Achicoria” para quienes alberguen mayor
interés.
Y con mis mejores deseos para este 2014 recién estrenado, sólo me queda recomendar: Salud y buenos alimentos.