martes, 3 de junio de 2014

Aromáticos albaricoques: el ámbar de nuestros fruteros

Al instalarse en nuestras tierras las altas temperaturas estivales, raro es el medio de comunicación que no dedica algún espacio para alertar a lectores, oyentes y teleespectadores sobre la conveniencia –por no decir imperiosa necesidad– de embadurnar nuestros cuerpos de protectores solares media hora antes de exponerlos a los rayos del astro rey, tanto directamente como reflejados en las paredes encaladas o acristaladas, en las doradas arenas de playas o en las cubiertas y fondos de piscinas, para evitar posteriores estragos originados en nuestra piel, achacados al progresivo aumento del agujero en la capa de ozono que rodea nuestro maltrecho planeta.
                                             
Pero sin omitir tan cauta medida  preventiva, no debemos prescindir del consumo de uno de los productos que la siempre generosa y previsora madre naturaleza viene ofreciendo a los humanos desde hace cinco milenios, desde junio hasta septiembre: los aromáticos y refrescantes albaricoques, cuyo color –que oscila del pálido amarillo hasta un intenso anaranjado, cobrizo o rojizo conforme avanza su maduración en el árbol, en función de su variedad– ya delata su alto contenido en betacaroteno (eficaz mantenedor y reparador de los tejidos corporales externos, córnea y retina oculares incluidas).







Redondeados u ovalados (son muchas las variedades), con su característico surco desde la zona del pedúnculo hasta su extremo opuesto, los albaricoques son originarios del norte de la milenaria y misteriosa China, de donde su cultivo se extendió a la India desde donde los caravaneros árabes la llevaron a Persia (Prunus armeniaca, es el nombre científico de este árbol, cuyos frutos son conocidos en muchos sitios como “damascos”) mientras que se asocia a las tropas de Alejandro Magno su introducción en Grecia, para su posterior expansión por las costas del Mediterráneo.
Conocedores de sus virtudes nutricionales, ya los galenos de la antigua Hélade –y sus herederos del imperio romano– recomendaban su consumo para combatir anemias, reforzar el sistema nervioso, equilibrar el funcionamiento cardiaco y disminuir la tensión sanguínea, así que no es de extrañar que desde tiempos remotos –como está reflejado en documentos antiguos– se procediera a la desecación de tan delicadas frutas, expuestas a los rayos del sol extendidas sobre cañas entrelazadas, para facilitar su almacenamiento y asegurar su disponibilidad en las farmacopeas durante todo el año.
                                                             

                                                                   
En nuestra península fueron los árabes quienes introdujeron el cultivo de los albaricoqueros en el siglo VIII –de ahí el nombre popular con que conocemos tan redonda y carnosa fruta, denominada en algunas zonas "albérchigos"–, desde donde siglos más tarde los franciscanos que acompañaron a los expedicionarios españoles lo habían de exportar a las zonas templadas del Nuevo Mundo, como California y el curso del río Misisipi. 

APOTECA: Durante el siglo XVIII, tal vez por su suave piel o por su jugosa pulpa o quizás por su estimulante aroma, los albaricoques gozaron de fama de ser afrodisíacos tanto en las cortes europeas como en las abastecidas mesas de sus colonias, y en la actualidad, tras los estudios realizados en los laboratorios de universidades y empresas farmacéuticas, su consumo (frescos, en mermelada, confitados en su jugo o secos) está especialmente recomendado para estudiantes y deportistas, así como para la mujer durante toda su etapa vital (y no sólo durante el embarazo y el climaterio) y para quienes padecen dolores reumáticos, fatiga muscular, carencia de vitaminas y afecciones de la vista, de la piel y del sistema respiratorio o alteraciones nerviosas (astenia física y mental, inapetencia, nerviosismo, insomnio y estados depresivos) y para prevenir enfermedades degenerativas.
Además de su alto contenido en la ya mencionada provitamina A, también aportan a nuestro organismo fósforo (justo cuando gran parte de la población juvenil debe enfrentarse con exámenes), hierro (imprescindible para la respiración celular), potasio (regulador del ritmo cardíaco y transmisor de los impulsos nerviosos a los músculos), flúor (eficaz aliado contra la osteoporosis y las caries dentales) y magnesio (responsable de la correcta integridad celular) y vitaminas B1 (tiamina, imprescindible para metabolizar las grasas, lo que justifica el empleo de orejones de albaricoques como guarnición de los platos de caza), B2 (riboflavina, excelente antioxidante natural, como bien sabe la industria cosmética), B3 (nicotidamina, activadora del metabolismo celular) y C (estimulante del sistema inmunológico).
Y todo esto con muy pocas calorías y su cada vez más apreciado aporte de fibra, sin olvidar su versatilidad en cocina: mermeladas, confituras, chutneys, licores, helados, sorbetes, tartas, farsas de aves, guarniciones y salsas de carnes y pescados grasos  asados..., ¿qué más se puede desear?

Pues sí, ya que con las almendras que albergan los albaricoques en sus huesos, muy ricas en vitamina B15 (antidepresiva y rejuvenecedora celular), se realizan eficaces preparados contra la fatiga muscular, el asma y la apnea del sueño, y con su fresca pulpa recién triturada se elaboran mascarillas de belleza que dejan la piel jugosa y resplandeciente.

Variedades de albaricoque: 
Así que, para disfrutar plenamente de los beneficiosos efectos de los rayos de sol en nuestro ánimo y en nuestro organismo, nada mejor que consumir en verano uno de los productos estrella con que la madre naturaleza y el esfuerzo de nuestros agricultores nos regala durante esta estación: los perfumados albaricoques, originarios del misterioso Oriente, que escalonadamente se producen en nuestras huertas.  
  • Mitger:  A finales de mayo aparece en el mercado esta variedad valenciana, de piel fina y aterciopelada  y pulpa jugosa y dulce resultado del injerto de una variedad francesa con la Galta roja de la zona.
  • Ginesta: Entre las varieddes tempranas, tenemos estos redondos frutos de blanca pulpa carnosa y piel blanquecina rosácea hacia el pedúnculo
  • Currot: De pequeño tamaño, piel blanco rosáceo y pulpa blanquecina acidulada, esta variedad temprana resulta más rentable al tener que acabar de madurarse tras ser cosechada para optimizar su sabor.
  • Ulida: De piel amarilla y jugosa carne dulce y aromática, esta variedad española se recolecta en sazón en la primera mitad de junio.
  • Canino: También en junio están en nuestros mercados esta variedad española casi esférica de tamaño considerable y piel amarilla anaranjada.
  • Moniqui: desde finales de junio y durante julio podemos disfrutar de estos dulces frutos ovalados con piel blanquecina y carnosa pulpa.  
  • Nancy: es durante julio cuando esta variedad  casi esférica, piel dorada con vetas rojizas y aromática y dulce pulpa de tonalidades cobrizas, alcanzan en el árbol su punto de maduración.
  • Paviot: entre julio y agosto llegan a nuestros mercados estos frutos de considerable tamaño, piel anaranjada y roja con dulce pulpa amarilla.
  • Galta Roja: Como su nombre valenciano delata (en castellano significa “mejilla roja”),  esta variedad de jugosa y dulce pulpa dorada, tiene la mitad de la piel  rojiza y el resto amarilla o naranja.

Pero dado el aprecio por los frutos del albaricoquero a lo largo de los siglos no sólo en el ámbito asiático y mediterráneo sino en el resto de Europa así como en los territorios de las antiguas colonias africanas, americanas y en las islas del Pacífico, son muchas las variedades que procedentes de otros lugares  más o menos distantes llegan durante el resto del año a nuestros mercados, entre las que cabe destacar las variedades:
  • Hamidi, de Túnez: De piel amarilla y aromática pulpa algo seca, también cultivada en Grecia.
  • Peeka, de Sudáfrica y Nueva Zelanda:  Es una variedad redondeada, amarillo anaranjada cuyo hueso se desprende fácilmente.
  • Bebekou,  de Grecia: De color amarillo con trazas rojizas, carne dulce y jugosa.
  • Imola Royal: Originaria de Italia, pero también cultivada en España e Israel, con forma alargada y tamaño considerable, piel dorada con trazas rosadas y dulce y jugosa pulpa.

Sin olvidar la Tirynthos griega, la Bergeron y la Royal francesas, la Hungarian Yellow y la Goldrich alemanas y austriacas  así como las Mario de Cenad y Jitrenka, Montedoro, Peeka o Perfection, también cultivadas en EE.UU.

                                                           


Y mientras los productores agrícolas, con la ayuda de la tecnología disponible y el conocimiento heredado de las generaciones anteriores, siguen experimentando  no sólo en el cruzamiento y adaptación de variedades foráneas de tan delicadas frutas sino en la recuperación de albaricoqueros autóctonos desplazados o testimoniales en cada región, no estaría de más que en el hogar disfrutemos de este regalo de la madre naturaleza, tan fáciles de comer al natural, bien lavados y sin pelar, o preparados con alguna de las recetas como la incluidas en: laguisanderailustrada.blogspot.com

¡A disfrutar con buenos alimentos!