Al instalarse en nuestras tierras las altas temperaturas estivales, raro
es el medio de comunicación que no dedica algún espacio para alertar a
lectores, oyentes y teleespectadores sobre la conveniencia –por no decir
imperiosa necesidad– de embadurnar nuestros cuerpos de protectores solares
media hora antes de exponerlos a los rayos del astro rey, tanto directamente
como reflejados en las paredes encaladas o acristaladas, en las doradas arenas
de playas o en las cubiertas y fondos de piscinas, para evitar posteriores
estragos originados en nuestra piel, achacados al progresivo aumento del
agujero en la capa de ozono que rodea nuestro maltrecho planeta.
Pero sin omitir tan cauta medida preventiva, no debemos prescindir del consumo
de uno de los productos que la siempre generosa y previsora madre naturaleza
viene ofreciendo a los humanos desde hace cinco milenios, desde junio hasta
septiembre: los aromáticos y refrescantes albaricoques, cuyo color –que oscila
del pálido amarillo hasta un intenso anaranjado, cobrizo o rojizo conforme
avanza su maduración en el árbol, en función de su variedad– ya delata su alto
contenido en betacaroteno (eficaz mantenedor y reparador de los tejidos
corporales externos, córnea y retina oculares incluidas).
Redondeados u ovalados (son muchas las variedades),
con su característico surco desde la zona del pedúnculo hasta su extremo
opuesto, los albaricoques son originarios del norte de la milenaria y
misteriosa China, de donde su cultivo se extendió a la India desde donde los
caravaneros árabes la llevaron a Persia (Prunus armeniaca, es el nombre
científico de este árbol, cuyos frutos son conocidos en muchos sitios como
“damascos”) mientras que se asocia a las tropas de Alejandro Magno su
introducción en Grecia, para su posterior expansión por las costas del
Mediterráneo.
Conocedores de sus virtudes nutricionales, ya los galenos de la antigua
Hélade –y sus herederos del imperio romano– recomendaban su consumo para
combatir anemias, reforzar el sistema nervioso, equilibrar el funcionamiento
cardiaco y disminuir la tensión sanguínea, así que no es de extrañar que desde
tiempos remotos –como está reflejado en documentos antiguos– se procediera a la
desecación de tan delicadas frutas, expuestas a los rayos del sol extendidas
sobre cañas entrelazadas, para facilitar su almacenamiento y asegurar su
disponibilidad en las farmacopeas durante todo el año.
En nuestra península fueron los árabes quienes
introdujeron el cultivo de los albaricoqueros en el siglo VIII –de ahí el nombre popular con que conocemos tan
redonda y carnosa fruta, denominada en algunas zonas "albérchigos"–, desde
donde siglos más tarde los franciscanos que acompañaron a los expedicionarios
españoles lo habían de exportar a las zonas templadas del Nuevo Mundo, como
California y el curso del río Misisipi.
APOTECA: Durante el siglo XVIII, tal vez por su suave piel o por su jugosa pulpa o quizás
por su estimulante aroma, los albaricoques gozaron de fama de ser afrodisíacos
tanto en las cortes europeas como en las abastecidas mesas de sus colonias, y
en la actualidad, tras los estudios realizados en los laboratorios de
universidades y empresas farmacéuticas, su consumo (frescos, en mermelada,
confitados en su jugo o secos) está especialmente recomendado para estudiantes
y deportistas, así como para la mujer durante toda su etapa vital (y no sólo
durante el embarazo y el climaterio) y para quienes padecen dolores reumáticos,
fatiga muscular, carencia de vitaminas y afecciones de la vista, de la piel y
del sistema respiratorio o alteraciones nerviosas (astenia física y mental,
inapetencia, nerviosismo, insomnio y estados depresivos) y para prevenir
enfermedades degenerativas.
Además de su alto contenido en la ya mencionada
provitamina A, también aportan a nuestro organismo fósforo (justo cuando gran
parte de la población juvenil debe enfrentarse con exámenes), hierro
(imprescindible para la respiración celular), potasio (regulador del ritmo
cardíaco y transmisor de los impulsos nerviosos a los músculos), flúor (eficaz
aliado contra la osteoporosis y las caries dentales) y magnesio (responsable de
la correcta integridad celular) y vitaminas B1 (tiamina,
imprescindible para metabolizar las grasas, lo que justifica el empleo de
orejones de albaricoques como guarnición de los platos de caza), B2
(riboflavina, excelente antioxidante natural, como bien sabe la industria
cosmética), B3 (nicotidamina, activadora del metabolismo celular) y
C (estimulante del sistema inmunológico).
Y todo esto con muy pocas calorías y su cada vez más apreciado aporte de
fibra, sin olvidar su versatilidad en cocina: mermeladas, confituras, chutneys,
licores, helados, sorbetes, tartas, farsas de aves, guarniciones y salsas de
carnes y pescados grasos asados..., ¿qué
más se puede desear?
Pues sí, ya que con las almendras que albergan los albaricoques en sus
huesos, muy ricas en vitamina B15 (antidepresiva y rejuvenecedora
celular), se realizan eficaces preparados contra la fatiga muscular, el asma y
la apnea del sueño, y con su fresca pulpa recién triturada se elaboran
mascarillas de belleza que dejan la piel jugosa y resplandeciente.
Variedades de
albaricoque:
Así que, para disfrutar plenamente de los beneficiosos efectos de los
rayos de sol en nuestro ánimo y en nuestro organismo, nada mejor que consumir
en verano uno de los productos estrella con que la madre naturaleza y el
esfuerzo de nuestros agricultores nos regala durante esta estación: los perfumados
albaricoques, originarios del misterioso Oriente, que escalonadamente se producen
en nuestras huertas.
- Mitger: A finales de mayo aparece en el mercado esta variedad valenciana, de piel fina y aterciopelada y pulpa jugosa y dulce resultado del injerto de una variedad francesa con la Galta roja de la zona.
- Ginesta: Entre las varieddes tempranas, tenemos estos redondos frutos de blanca pulpa carnosa y piel blanquecina rosácea hacia el pedúnculo
- Currot: De pequeño tamaño, piel blanco rosáceo y pulpa blanquecina acidulada, esta variedad temprana resulta más rentable al tener que acabar de madurarse tras ser cosechada para optimizar su sabor.
- Ulida: De piel amarilla y jugosa carne dulce y aromática, esta variedad española se recolecta en sazón en la primera mitad de junio.
- Canino: También en junio están en nuestros mercados esta variedad española casi esférica de tamaño considerable y piel amarilla anaranjada.
- Moniqui: desde finales de junio y durante julio podemos disfrutar de estos dulces frutos ovalados con piel blanquecina y carnosa pulpa.
- Nancy: es durante julio cuando esta variedad casi esférica, piel dorada con vetas rojizas y aromática y dulce pulpa de tonalidades cobrizas, alcanzan en el árbol su punto de maduración.
- Paviot: entre julio y agosto llegan a nuestros mercados estos frutos de considerable tamaño, piel anaranjada y roja con dulce pulpa amarilla.
- Galta Roja: Como su nombre valenciano delata (en castellano significa “mejilla roja”), esta variedad de jugosa y dulce pulpa dorada, tiene la mitad de la piel rojiza y el resto amarilla o naranja.
Pero dado el aprecio por los frutos del albaricoquero a lo largo de los
siglos no sólo en el ámbito asiático y mediterráneo sino en el resto de Europa
así como en los territorios de las antiguas colonias africanas, americanas y en
las islas del Pacífico, son muchas las variedades que procedentes de otros lugares más o menos distantes llegan durante el resto
del año a nuestros mercados, entre las que cabe destacar las variedades:
- Hamidi, de Túnez: De piel amarilla y aromática pulpa algo seca, también cultivada en Grecia.
- Peeka, de Sudáfrica y Nueva Zelanda: Es una variedad redondeada, amarillo anaranjada cuyo hueso se desprende fácilmente.
- Bebekou, de Grecia: De color amarillo con trazas rojizas, carne dulce y jugosa.
- Imola Royal: Originaria de Italia, pero también cultivada en España e Israel, con forma alargada y tamaño considerable, piel dorada con trazas rosadas y dulce y jugosa pulpa.
Sin olvidar la Tirynthos griega, la Bergeron y la Royal
francesas, la Hungarian Yellow y la Goldrich alemanas y austriacas así como las Mario de Cenad y Jitrenka, Montedoro,
Peeka o Perfection, también cultivadas en EE.UU.
Y mientras los productores
agrícolas, con la ayuda de la tecnología disponible y el conocimiento heredado
de las generaciones anteriores, siguen experimentando no sólo en el cruzamiento y adaptación de
variedades foráneas de tan delicadas frutas sino en la recuperación de
albaricoqueros autóctonos desplazados o testimoniales en cada región, no
estaría de más que en el hogar disfrutemos de este regalo de la madre
naturaleza, tan fáciles de comer al natural, bien lavados y sin pelar, o
preparados con alguna de las recetas como la incluidas en: laguisanderailustrada.blogspot.com
¡A disfrutar con buenos alimentos!
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