viernes, 10 de enero de 2014

LA APOTECA


“Que tu alimento sea tu medicina y tu medicina sea tu alimento”
Esta frase de Hipócrates, el ilustre griego en cuyo honor los doctores en medicina hacen su juramento, ha estado presente en el inconsciente colectivo de todos los pueblos, por más lejanos que estuvieran de la Hélade e independientemente de su nivel de analfabetismo, ya que observando el funcionamiento del organismo humano y de otros animales ante la ingesta de determinados ingredientes supieron conocer y trasladar a sus descendientes el importantísimo papel de una buena alimentación en la salud, alegría y fecundidad de sus congéneres.
Ahora sabemos, merced a los estudios que se realizan en los laboratorios, cómo denominar los principios activos que participan en nuestro bienestar o nos provocan molestias, pero nuestros antepasados, por la vía de experimentar y observar, ya conocían hace siglos los efectos de los productos de la naturaleza y, en refranes, parábolas y cuentos infantiles, dejaron su saber para que las siguientes  generaciones  prosperaran aunque no supieran leer ni escribir.
Y no hay que olvidar que los inicios de la farmacopea –y su pizpireta hermana menor, la cosmética surgieron del estudio de las plantas e incluso en la actualidad raro es el día en que no salta a los medios de comunicación los supuestos recién descubiertos beneficios que un alimento nos aporta, tanto por vía interna como externa.

Consciente de la importancia de la brevedad en los post como valor añadido en este medio y  dado lo poco aficionada que soy a la fotografía, a partir de este año prefiero incluir por separado las virtudes y efectos de las viandas y condimentos que conforman nuestra dieta bajo el epígrafe “APOTECA” –este sonoro término sinónimo de “botica” o “almacén”  o “droguería”, derivado del griego– a partir de este año.

domingo, 5 de enero de 2014

Historias en sazón: Sobre Roscos, Roscas y Tortas de Reyes

En vísperas del día 6 de enero, cuando en las iglesias cristianas occidentales conmemoran el bautismo de Jesús de Nazaret mientras en las ortodoxas celebran su nacimiento, es habitual que los niños se despierten ansiosos por ver los regalos anunciadores de que sus vacaciones invernales están a punto de finalizar, y como despedida de esas celebraciones nada mejor que un desayuno compartiendo con su entorno afectivo ese pastel anular de masa esponjosa aromatizada con agua de azahar y orlado con vistosas frutas glaseadas  y láminas de almendras que conocemos como Roscón o Rosca de Reyes, si bien los adultos del hogar suelen reponer fuerzas de sus arduas tareas nocturnas con otro “Torta de Reyes” –como dicen los franceses–, eso sí, aromatizado o acompañado con algún licor.
Pero al igual que os comentaba en otro post anterior cómo se había trasladado la fecha del nacimiento de Cristo a diciembre desde marzo a diciembre para solapar la antigua conmemoración de los dioses regeneradores de las religiones establecidas en los territorios por los que se iba extendiendo la nueva religión en los primeros siglos de nuestra era, también se adoptó la costumbre de finalizar las antiguas Saturnales con una rosca endulzada con miel y rellena de los frutos secos asociados a la inmortalidad (almendras, dátiles, higos), en el día en que Kore (la Perséfone griega o Proserpina romana) alumbró a Aión (adaptación helena de Eón,  dios fenicio supremo e imparcial del tiempo eterno y la prosperidad y personificación del “Tercer Ojo” de los hindúes).
Durante el Imperio, para culminar los festejos en honor del nuevo año los patricios romanos ofrecían a sus esclavos una de esas tortas anular (como el transcurso de las estaciones solares) con un haba seca (base de la alimentación de los sirvientes por entonces y de gran parte de la población durante el Medioevo) en su interior, a modo de boleto de libertad para quien la encontrase.
Probablemente fuera desde los monasterios medievales desde donde se impulsara la asociación de la costumbre romana de regalar juguetes a los niños al final de las Saturnales con la visita al  Mesías de los magos o astrólogos relatada en el Nuevo Testamento, y si consideramos la rápida expansión por Europa de los benedictinos y  del surgimiento del Císter en Francia, tal vez fuera surgiera de las cocinas de los conventos franceses el  ritual del Gâteau (o Courenne) des Rois, primero entre la nobleza para luego popularizarse, en la capital de los reinos y desde allí a las provincias metropolitanas y de ultramar.
Y tal vez fueran los Borbones quienes a su llegada a la corte española introdujeran tal costumbre en Madrid, con todo su ritual, que explicara Mesonero Romanos en su artículo «Un año en Madrid» (1852):
  
Otra costumbre antigua, también muy autorizada en el extranjero, especialmente entre nuestros vecinos los franceses, es la ceremonia, igualmente hala­güeña y filosófica, que celebraban en los banquetes privados el día de la Epifanía con el nombre de «torta de Reyes». Reúnense, en tal día las familias y sus amigos en alegre festín, a cuyo final es de rigor el que haya de servirse un gran pastel o empanada, dentro de la cual se encierra un grano de haba: dividido el pastel en tantas partes iguales como son los convidados, después de cubrirle con una servilleta y darle muchas vueltas para evitar preferencias o trampas, se reparte a cada cual uno de los trozos al son de una canción alusiva a la fiesta,  que todos entonan; y aquel en cuyo trozo se encuentre el haba es declarado con grandes ceremonias “rey de la fiesta”, y tiene que elegir entre los concu­rrentes, sus consejeros y ministros, ordenar los compradrazgos, las reconci­liaciones, los agasajos mutuos y, al domingo siguiente, convidar a toda la socie­dad a otro banquete para dar fin y abdicar en sus manos aquel reinado feliz.


Ya ha llegado el momento de colocar mis zapatos sobre un calendario junto al balcón, por ver si mis deseos se cumplen en este año recién estrenado, como espero ocurra con los vuestros.
¡Salud y buenos alimentos!