martes, 22 de diciembre de 2015

MATANZA (DE PORCINOS) INVERNAL, OPTIMISMO RURAL

Rosáceos, negros, marrones, grises o manchados; de hocico chato o alargado, orejas enhiestas o cubriéndoles los ojos, robustas patas o con afinada forma de violín y de los más diversos tamaños, los cerdos han venido compartiendo desde el neolítico el espacio ocupado por el hombre en la mayor parte del continente euroasiático.

                                            
Animal emblemático de la cultura china –no es baladí su inclusión en el bestiario zodiacal y característico de las gastronomías del norte y del centro de Europa, su cría aparece reflejada en los poemas homéricos y en los escritos de Jenofonte, Eliano, Eunoxo de Cnido o Demócrito, y cómo no, en Columela, que incluye en su tratado de agricultura las instrucciones para realizar la matanza, tal y como define este término la  Academia de la Lengua: “Faena de matar los cerdos y la de salar el tocino, aprovechar los lomos y despojos del animal y hacer las morcillas, los chorizos, etc”.
                                               
    

Pautas que han seguido practicándose, entre noviembre y enero, durante siglos en el ámbito doméstico del medio rural, con ciertas variantes, adecuadas a las características  orográficas y climatológicas, e introduciendo técnicas y productos foráneos como el pimentón, ahora de forma simbólica y testimonial en algunas localidades con fines turísticos, si bien últimamente se está recuperando en algunas comarcas donde han apostado por la recuperación de las variedades autóctonas de cerdo, criadas al aire libre en gran parte de su placentera vida. 
Y ya fuera por las arduas tareas que implicaba tal faena o por el jolgorio que el disponer de una despensa abastecida durante el próximo año provocaba en la familia, la matanza del cochino que se había criado con los excedentes alimentarios de casa, sabiamente enriquecidos en su última etapa vital, matanza es sinónimo entre las personas mayores en el agro de gran fiesta solidaria.
La ancestral importancia de la matanza entre los festejos del calendario invernal queda reflejada en la liturgia que estructura el evento, con la jerarquización de funciones y distribución de tareas, así como el empleo de instrumental y terminología específicos, propios de cada zona y, por supuesto, los platos adecuados para cada momento de los varios días –generalmente, tres que antaño duraba la faena.
                                                    
La víspera, mientras los hombres buscaban helechos, hierbas secas y ramajes, que se habían de emplear para socarrar la piel del animal, las mujeres se afanaban en limpiar todos los utensilios almacenados desde el año anterior, preparar la leña con que hervir el agua en grandes calderos y picar muy menudo gran cantidad de cebollas con que elaborarían morcillas y otros embuchados, así como disponer el desayuno, las pastas y los licores para el día siguiente.
                                         

Un hombre es el encargado de trabar las patas del gorrino para que otro, el “matachín”, sacrificase certeramente al animal para proceder a su desangrado; los demás varones se encargarán de chamuscar la piel del animal, pelarlo y despiezarlo, así como de dar vueltas a la picadora manual para desmenuzar los trozos que se embutirán en los intestinos, perfectamente lavados previamente por las mujeres.
Y mujeres son las que se encargaban de recoger la sangre que, con distintos aderezos (arroz, pan, hortalizas, azúcar o sal, frutos secos, canela u otras especias), conformarán las morcillas y cocerlas.
También ellas realizaban las mezclas con los distintos picadillos para elaborar toda clase de embutidos, siguiendo las instrucciones de la experta “mondonguera”, y rellenarlas tripas y atar o coser sus extremos, para que ellos los llevasen a los secaderos.
                                                   
Y eran mujeres las encargadas de licuar la grasa del animal, para limpiarla de impurezas, y de freír en aceite ciertas piezas antes de introducirlas en aceite o manteca; así como de preparar los distintos platos que se consumían durante estas jornadas, según el ritual tradicional propio de cada región, distribuidos por los chavales entre parientes y amigos convocados para realizar la faena.
                                                        

Mientras los chavales eran los encargados de llevar una porción de carne al veterinario para su análisis, así como de ofrecer ciertas viandas muy apreciadas de la matanza al cura, al maestro, al médico y al boticario del lugar para su disfrute, mientras que eran viriles las tareas del proceso de salado de jamones y otras piezas nobles del animal.
Con las artesas, vasijas y secaderos bien llenos, se podía afrontar con cierta tranquilidad el próximo ciclo anual.
Sobre los productos elaborados con las distintas partes del cerdo, así como acerca de las variedades de porcino autóctonas en vías de recuperación trataré en próximas ocasiones.
¡Salud y buenos alimentos!

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