Mucho antes de que hace más de un par de
décadas comenzara a bombardearnos la publicidad californiana –como siempre,
hábilmente argumentada por los estudios realizados en sus laboratorios
universitarios– sobre las excelencias que aportan a nuestro organismo las
nueces, las semillas albergadas en los frutos maduros y secos del nogal
(Junglans regia) ya gozaban de gran aprecio entre los habitantes del continente
euroasiático las populares nueces, recolectadas en el otoño y de cuya
importancia en la alimentación es fiel reflejo su inclusión en el acervo
mitológico de las distintas culturas surgidas en tan amplio territorio desde
hace más de ocho milenios.
Árbol originario de
la antigua Persia o de China y Japón –sedes de tan interesantes como complejas
civilizaciones–, desde donde en los albores de la historia fuera llevado a la
Grecia por los antiguos caravaneros árabes, su cultivo, iniciado por los
etruscos en la vecina península mediterránea, pronto se extendió por los territorios
de la Europa que tienen el clima templado y húmedo que precisa este gigante y
longevo –puede alcanzar fácil y saludablemente los 120 años– habitante de los
bosques.
Del nogal se
aprovecha todo, y no sólo el fruto, muy nutritivo y del que los pueblos celtas
ya obtenían por presión su sagrado aceite, utilizado con fines curativos y en
la iluminación ritual y actualmente disponible y apreciado en las tiendas de
alta gastronomía y de parafarmacia, por su delicado sabor y sus efectos
cicatrizantes y secantes.
Su madera, de gran
belleza –no en vano asociada a la caoba, por el variado veteado que presenta al
ser pulida–, siempre ha sido muy apreciada por artistas y ebanistas, para
construir con sus hábiles manos hermosas tallas y majestuosos muebles, y
tradicionalmente empleada en piezas de carretería y tornería, por su gran resistencia a los cambios
climatológicos y ambientales, en la actualidad se continúa empleando para
realizar aromáticas pipas y las cajas de armas de fuego de coleccionistas y en
el sector naval de calidad.
Con la corteza de
nogal, muy rica en ácido tánico, se obtiene un tinte natural utilizado en las
industrias cosmética y textil y en la farmacopea del cabello; la infusión de
sus hojas, es un popular remedio contra las gastroenteritis, y las dos
envolturas que protegen las semillas son un excelente y aromático combustible
de alto poder calorífico, que han comenzado a empaquetarse en briquetas para la
alta cocina.
Árbol asociado a la
pasión y vinculado con la ciencia y la sabiduría entre los celtas –cuya
veneración y respeto hacia los árboles queda patente en su calendario lunar–,
el nogal sufrió durante el medioevo europeo el rechazo eclesiástico –se
consideraba que bajo sus frondosas ramas celebraban las brujas sus aquelarres y
se aconsejaba no dormir bajo su sombra, para evitar relajantes y placenteros
sueños libidinosos–, mientras que, a juzgar por los cuentos y leyendas
populares, en el medio rural las nueces eran
consideradas símbolo de regeneración, virtud y abundancia, y se llevaban
entre la ropa como amuleto, especialmente las de “tres costuras”, que
preservaban a quienes las portaban de la acción de los rayos y de todo tipo de
sortilegios, eliminaban la fiebre y proporcionaban la victoria.
Símbolo de la unión
matrimonial entre los etruscos, los latinos asumieron la costumbre de disponer junto al lecho conyugal de los recién
desposados un platillo con nueces para propiciar la fecundidad y duración del
enlace y en la mitología romana se considera el fruto del nogal –que denominaban
“bellota de Júpiter”– como representación de su dios omnipotente y predilecto,
mientras que asociaban el nogal con Proserpina y los ámbitos infernales.
Y, por si fuera poco, en una leyenda
eslava, es a bordo de una cáscara de nuez donde se salvaron las personas
virtuosas que repoblaron el mundo tras el diluvio universal, mito recogido en
numerosas cosmogonías.
Crudas –en ensaladas y macedonias–, caramelizadas –como ornamento
de postres y helados–, pulverizadas –en salsas y sopas, tanto dulces como
saladas–, cocidas –en pucheros de hortalizas y cereales– y como guarnición de
pescados y aves de granja, las nueces son ingrediente imprescindible en muchos
platos tradicionales de las cocinas regionales, como la “intxaursaltsa” vasca y
la “nogada” aragonesa, y además de combinar muy bien con arrope (mosto de uva
sin fermentar concentrado tras una prolongada cocción) y con miel, así como con
quesos, cuajadas y yogures, y ahora están siendo utilizadas por las inquietas figuras
de nuestros fogones como materia prima de sorprendentes ensayos.
INTXAURSALSA (SALSA DE NUECES)
Ingredientes:
Embadurnar el
interior de una cazuela con mantequilla antes de introducir la leche con las
nueces y la canela para cocer sobre fuego medio 30 min, removiendo
frecuentemente.
Añadir el azúcar,
mezclar todo y mantener 5 min una suave ebullición.
Extraer la canela,
triturar el resto y distribuir en los recipientes en que se llevará la crema
a la mesa, una vez fría.
|
Y si por ventura usted –¿por qué no? – ha logrado alguna
apetitosa combinación de sabores
con nueces fortuitamente o al aplicar lo
aprendido o sugerido en escritos o
charlas, le animo a repetir y comunicar su experiencia, eso sí –por favor–, con
nueces del país –concretamente, de la región en que usted se encuentre, en la
que seguramente dentro de un radio de 200 kilómetros
existirá un nogadal, recién recolectadas–, menos vistosas que las procedentes
del Nuevo Mundo pero mucho más sabrosas.
¡Salud y felicidad!
¡Salud y felicidad!
No hay comentarios:
Publicar un comentario