Tras el accidental
descubrimiento de que unas simples gachas –papilla elaborada con cereal molido
y agua–, se transformaban al cocer en un producto más saciante, apetitoso y
fácil de digerir, por la levadura surgida en la masas, al haber fermentado tal
vez por olvido, las distintas culturas surgidas en el hemisferio occidental del
continente euroasiático han ido atribuyendo a este alimento distintos
caracteres simbólico-religiosos que aún permanecen en muchas de las tradiciones
agroalimentarias que aún estamos a tiempo de recuperar.
Base imprescindible
durante milenios de la alimentación humana y del importante comercio de cereal
–no hay que olvidar que la paz disfrutada en el ámbito europeo durante el
imperio romano estaba fomentada por la distribución entre las tribus
fronterizas de trigo de la despensa egipcia-, pocos productos han experimentado
tal variedad de preparaciones como el pan, en función de los cereales molidos
utilizados en su masa –como la avena, el centeno, el mijo, el sorgo o el
maíz, solos o mezclados con el apreciado trigo, propios de las dietas atlántica
y mediterránea, y el arroz de las cocinas orientales– o las semillas de algunas
leguminosas –como garbanzos, lentejas o soja, propios de la gastronomía de la India , de China o de Japón–,
sus técnicas de amasado –más o menos esponjosos, por su proporción de harina, y
levado o ácimo– o método de cocción –en horno de leña, bajo ceniza, sobre
planchas o piedras calientes– y del amplio repertorio de tamaños y formas
además de las características de su corteza y apariencia.
Se han descubierto hornos específicos para cocer pan de
hace más de ocho milenios en yacimientos arqueológicos de la antigua Babilonia,
donde consumían una masa de cereales molidos comercializada por medidas de
capacidad, y que los asirios consumían unas galletas cocidas al rescoldo del
fuego o sobre piedras calientes –como los talos vascos o las tortillas
mexicanas–, pero parece ser que fueron los egipcios, en torno al 2300 a .C., quienes
descubrieron que bastaba añadir un poco de masa fermentada a la mezcla de
harina, sal y agua para desencadenar la acción de la levadura en todo el
preparado –proceso que además de aumentar su volumen facilita su masticación
y digestibilidad, para goce de infantes
y ancianos–, antes de amasarlo con los pies –como se pisaban las uvas
vendimiadas– para cocerlo en hornos troncocónicos o cilíndricos en porciones
individuales que acompañaban las raciones, como aparece registrado en una
pintura funeraria del tiempo de Ramsés I, en que se detallan las distintas
fases del proceso, y donde se recogen más de quince términos para designar sus
variedades, en función del grado de cochura y los productos con que se
enriquecía la mezcla de harina (miel, huevos, leche, manteca, frutas…),
precedente de los panecillos votivos que se ofrecían a las divinidades en la cultura
greco-romana y de muchos de los bollos con que nuestros mayores se deleitaban
en romerías y festejos en ciertas fechas del calendario e incluso de las piezas
para el consumo cotidiano tradicionales de cada comarca.
Panes de capricho –de aceite, de ajo, de cebolla, de
especias y hierbas (como recomendara Hipócrates) o de pimentón y las populares
francesillas (con mantequilla) y fabiolas (con manteca de cerdo)– o de
calendario –bodigos riojanos (rellenos de chorizo o de magro de cerdo) o rapas
asturianas (con trocitos de tocino y
envueltas en hojas de berza), además de todo el repertorio de bollos preñaos
con los ingredientes de la campaña agropecuaria del momento y de las roscas y
roscos para bendecir–, hogazas rústicas –con miga esponjosa de distintas
tonalidades o blanca y densa, en función del cereal, y corteza con o sin
mollete, características rajaduras o distintos tamaños– y urbanas –de pan
candeal–, barras familiares y bollitos individuales –de ración o para
bocadillos–, roscas, colines…
Mucho antes de que en la última década del pasado siglo se
pusieran de moda las panaderías con un amplio surtido de variedades procedentes
de otras culturas y en no pocas ocasiones elaboradas con masas importadas, cualquier
persona con inquietudes gastronómicas que se desplazara por la piel de toro o
por los archipiélagos podía disfrutar de una clase de pan diferente
prácticamente todos los días del año, con sólo elegir entre las piezas tradicionales
que, por fortuna, en algunas tahonas ya están recuperando, como por ejemplo:
HOGAZAS:
Bollete de
moño (Orense): Con miga esponjosa y oscura,
crujiente corteza rugosa y gran
moño central.
Bollo
(Pontevedra): De miga
esponjosa y oscura y corteza enharinada con pequeñas y leves resquebrajaduras.
Borona
(Lugo, Asturias y Cantabria): De harina de maíz con o sin mijo,
corteza oscura y dura y miga amarillenta.
Borono
(Cantabria): Pan de maíz
de masa oscura enriquecida con sangre de cerdo y corteza dura
Cabezón
(Navarra): De larga
duración y forma irregular y abombada, con miga esponjosa con ojos grandes y
corteza mate, crujiente y acaramelada con un muñón central.
Cantero (Toledo): De pan candeal muy metido en harina con corteza lisa y mate, con 5
cortes periféricos que perfilan un pentágono interior.
Cuadros (Valladolid): Pequeña y
con rombos entrecruzados en la corteza superior.
Cuartal
(Segovia): Pieza
castellana que pesa la cuarta parte de una hogaza.
Lechuguino
(Palencia): De pan candeal con corteza lisa y brillante que presenta círculos
concéntricos en la superficie que le dan aspecto de flor o cogollo de lechuga.
Mollafa
(Jaén): Gruesa, abombada y alta, con mucha miga y corteza
dorada y mate, con agujeritos en la superficie.
Otana
(Álava): Aplastada
con miga muy blanca y maciza y fina corteza dorada con varios círculos
concéntricos impresos.
Pa de calzes (Barcelona): Gran hogaza que presenta en su corteza tres surcos en forma de «Y»,
tradicionalmente realizados al presionar la masa con el antebrazo y el codo y
en la actualidad con cuchilla.
Pa de payós (Gerona):
De más de
kilo y medio, con miga esponjosa y oscura y corteza mate gruesa y crujiente,
con uno o dos cortes en forma de cruz.
Pan de
carrasca (Murcia): De gran
tamaño y con harina candeal casero, con
miga esponjosa y corteza lisa y oscura, ligeramente abombada y con cortes
periféricos sesgados en forma de molinete.
Pan de cruz
(Ciudad Real): Abombada y
maciza, con miga muy blanca y corteza brillante con un corte en cruz.
Pan de
garrucha (Badajoz): Con miga prieta de larga duración que asemeja la forma de una polea o a
dos quesos superpuestos, con una acanaladura profunda en su plano de unión.
Pan rejal
(Jaén): De pan
candeal muy metido en harina, de miga prieta y corteza cobriza brillante,
salpicada con agua al sacarla del horno se salpica con agua y toma un color
rojizo.
Pan serrano
(Huelva): De miga esponjosa
y corteza mate y arrugada, que parece
una gran castañuela aunque también presenta una forma antropomorfa.
Pan tortel
(Cuenca): Aplastada y
grande, de miga esponjosa y corteza rugosa y mate.
Pan trenzado
(León): Mediana con
miga dura, compacta y blanca y corteza lisa y dorada con un cordón de masa
circundante.
Redondo
(Bilbao): De miga
compacta y firme y corteza lisa y dorada con cuatro cortes periféricos que
forman un cuadrado regular en el centro de la cara superior.
Sombrero
(Tarragona): Con miga esponjosa y corteza mate, lisa y crujiente, con un pequeño moño
en el centro que recuerda un turbante moruno.
BARRAS
Batuta
(Almería): Alargada,
con miga hueca y oscura y corteza hueca y oscura, con un corte a lo largo y ligeramente abarquillada.
Canijo
(Sevilla): Barrita
estrecha de miga esponjosa y corteza brillante y lisa con dos cortes transversales.
Chula
(Cáceres): Panecillo
individual, con miga esponjosa y ligera
y corteza fina y dorada.
Churro
(Zaragoza): Larga y
cilíndrica con poca miga y corteza lisa y crujiente.
Colón
(Salamanca): Candeal muy
metido en harina, con miga compacta y blanca.
Congria
(Guadalajara): Larga y
aplastada, de miga escasa, sin ojos y firme y corteza rugosa.
Enrollao
(Zamora): Más ancha
en el centro y con las puntas redondeadas, de
miga esponjosa y corteza rugosa.
Natacha
(Soria): Panecillo
individual de masa dulzona, con miga esponjosa y hueca y corteza lisa y
brillante.
Pa de regir (Lérida): Barra familiar aplastada, de miga esponjosa y corteza rugosa poco
tostada.
Palo de
Castilla (Burgos): De 2 ó 3 kilos de peso, masa esponjosa y corteza mate con cortes
transversales.
Pan de
pimentón (Castellón de la Plana ): Aplastada y
ancha con bordes redondeados, de miga blanca y esponjosa y corteza oscura y
aceitada y espolvoreada con pimentón.
Señorito
(Cantabria): Barrita
alargada de miga esponjosa y corteza lisa y fina con marcadas estrías
paralelas.
Taja
(Navarra): Barra
grande, ancha y gruesa con miga esponjosa y con grandes agujeros y corteza
mate, rugosa y crujiente con un profundo corte longitudinal, de más de medio
metro de longitud.
Cateto
(Málaga): Pan de miga
prieta y con forma de o carrete.
Coqs
(Teruel): Tortas
redondas o aplastadas de masa hueca y miga escasa.
Malhecha
(Albacete): Torta
aplastada rectangular de picos redondeados, de miga esponjosa y corteza dorada
y mate perforada por agujeros.
Mangraneta
(Alicante): Pan con forma de granada de corteza fina, lisa y dorada.
Montera (Valencia):
Pan oscuro
de miga esponjosa y corteza mate y espolvoreada de harina, con forma de montera
de torero.
Pan besao
(Cádiz): Barra alta,
redondeada, con forma de gusano, gruesa y abombada por el centro y más delgada
en los extremos, de miga blanda y corteza lisa y tostada, que se introduce a
cocer en el horno tocándose unas piezas con otras por los costados
(“besándose”).
Pan de cinta
(Huesca): Pieza
alargada y redondeada de miga hueca, más ancha por uno de los extremos y
con un cordón que la abraza
transversalmente.
Pan de picos
(La Rioja ): Pieza
alargada de miga esponjosa y corteza lisa y brillante, con forma de gran espiga
de trigo.
Pan partido
a brazo (Toledo): Torta triangular dura y seca, con los bordes remetidos hacia arriba.
Salaílla
(Granada): Torta
irregular redonda y aplastada, con granos de sal gruesa en la superficie, de
miga esponjosa y corteza perforada por pequeños agujeros, cuya masa lleva
aceite de oliva entre sus componentes.
Sopako
(Guipúzcoa): Pan de
sopas. Su forma recuerda a dos anguilas mordiéndose la cola, con miga hueca y
crujiente y brillante corteza lisa y tostada.
Torta
cenceña (Albacete y Cuenca): Torta muy fina de pan ácimo, con
superficie rugosa e irregular, color dorado y textura abarquillada, dura
y crujiente, que sirve de soporte para comer los galianos o el gazpacho
manchego.
Y
si bien en los últimos años cada vez hay más cocineros y particulares que
prefieren elaborar en sus establecimientos y domicilios sus propios panes, de
aromática y sabrosa miga y atractiva y corteza, no está de más que el gremio de
panaderos y su industria tomen nota de lo que ya dejara escrito Dinias,
contemporáneo del dramaturgo Aristófanes:
"Hoy
poseemos mil medios de transformar toda clase de harinas en una alimentación
tan sana como agradable. Añadiendo un poco de aceite, de leche o de sal a la
harina de cereales encontraréis los panes más delicados. Amasar la harina en
miel, extender la pasta en forma de una hoja bien delgada que el panadero puede
arrollar a su guisa y tendréis estos pasteles que son exquisitos cuando, aún
calientes, pueden ser mojados en vino. También estos bollos tan dulces y
ligeros, cocidos al horno con harina de sésamo, de miel y de leche, constituyen
uno de los adornos de nuestra época."
Buen provecho a vuestro gusto y sin necesidad de rezar "padrenuestros".
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