viernes, 27 de diciembre de 2013

MISCELÁNEA: “Hoy los tiempos adelantan que es una barbaridad”

Hasta hace varias décadas, era habitual que –tal y como expresaba un acertado y ya histórico eslogan publicitario de turrón– para pasar la última semana del año,  no se tuviera pereza en recorrer los kilómetros que precisos para estar cerca del  resto de miembros de nuestra familia de origen o de la asumida por enlace (generalmente, matrimoniales), con el fin de reunirse varias generaciones en torno a la mesa para cenar en Nochebuena y comer en Navidad y/o celebrar la despedida del año viejo y el inicio del nuevo.

Y en ambos casos, en cada hogar se solía compartir un menú tradicional, compuesto por platos elaborados con los productos propios de la temporada.

Se disfrutaba de un menú largo y especial, acorde con la costumbre familiar y la propia economía doméstica: sopas de pan tostadas, de cocido o de pescado y/o verduras de invierno (cardo, pella, lombarda...); cazuelas de bacalao o de angulas; besugos o jureles asados o estofados y carne guisada (pepitoria de gallina o de pollo o conejo estofado, criados con esmero para la ocasión) o asada (cordero, cabrito, pavo o capón rellenos) y frutos secos, mazapanes, polvorones y turrón.

Pero, por diversos motivos que no vienen al caso, en la mayoría de los hogares estos platos han sido sustituidos paulatinamente por otros que aunque recientemente incorporados por adaptarse a los nuevos hábitos, ya nos parecen tradicionales: no es preciso reconfortar el cuerpo ni el ánimo con sopa al llegar de la calle, pues aún guarda el calor de la compañía de parientes y amigos con quien se ha compartido charla y alguna que otra copa, y canapés y/o cremas serán el entrante; espárragos, pimientos, cogollos de lechuga, barquitas de endibia o ensaladas exóticas suplantan la función de los aromáticos platos calientes de verdura.

Fuentes con marisco y chacinería variada ocupan el vacío dejado por las ya míticas cazuelas de barro, y, como su contenido no quema, más de uno, por distraerse o hablar se quedará sin probarlo; otras preparaciones elaboradas con distintos pescados ocupan el lugar de los añorados y emblemáticos besugos y chicharros que procedentes de piscifactorías o de distantes mares llegan a nuestros mercados durante el resto del año, y los comensales actuales no están dispuestos a aceptar la antigua distribución de la tajadas, cuando con una pieza de menos de dos kilos y su guarnición se deleitaba toda la amplia familia, y las antaño populares angulas han pasado a ser un manjar prohibitivo y las ceciales bacaladas han desaparecido de las inexistentes despensas.

Tampoco es fácil encontrar en las ciudades pollos, gallos o gallinas que hayan disfrutado correteando durante más de medio año en corrales familiares  antes de ser sacrificados, mientras ocas, patos y gansos se crían  con otros fines, y como durante todo el año podemos comer diferentes cortes de pavo, otras aves de granja de carne poco sabrosa si bien seca y cotizada, como faisán, ocupan el puesto de la emblemática ave traída del Nuevo Mundo, y en vez del tradicional asado de cordero, cabrito o lechón –de delicada carne y escandaloso precio–, determinados platos de piezas de caza mayor (jabalí o venado) o menor (civet de liebre, perdices escabechadas, conejo en salmorejo, palomas en salmis...) aparecen en escena precediendo a la apoteosis final, cuando salen a la mesa los clásicos dulces de almendra, nueces, castañas, higos, pasas y piñones.

Y si no ha resultado traumático el cambiar los platos que componían del tradicional menú para adaptarnos a las circunstancias ni encargar a Papa Noel los regalos que antes traían los Reyes Magos, tampoco ha entrañado  mayor dificultad el alterar algunas de las costumbres en muchos hogares, aprovechando los nuevos instrumentos y utensilios que tenemos a nuestro alcance y la buena disposición general a colaborar en las tareas domésticas, así como evitar que la responsabilidad de organizar y preparar la comida de toda la familia recaiga en una o en dos personas (generalmente mujeres), que, como era norma habitual antiguamente, hayan de permanecer toda la tarde –cuando no todo el día– en la cocina sin alejarse mucho de ella mientras dura el ágape.

Sólo es preciso una previa planificación, para confeccionar un menú compuesto de platos que se han de preparar con antelación: un surtido de embutidos, ahumados, encurtidos y patés, presentados con rebanaditas de pan tostadas, galletitas saladas, biscotes..., o tartaletas de hojaldre rellenas de macedonias de verduras, como entrantes, para seguir con un buen consomés previamente desglasados o una crema fría o caliente; los mariscos y pescados en gelatinas o pudines, son  fáciles de repartir y gustan a todos; las carnes de las aves de caza o de granja matizan su sabor si han sido escabechadas y sin tendones ni huesos y templadas en su líquido enriquecen las ensaladas de hortalizas cocidas, mientras un trozo de carne de cerdo o de vacuno, que una vez asado habremos dejado reposar cubierto reposado cubierto a temperatura ambiente antes de cortarlo en finas lonchas,  acompañada con vegetales crudos y puré de manzanas o patatas cocidas y la salsa muy caliente servida aparte, evitará molestias de digestión y aviesas miradas de algunos comensales a los otros platos.


Ésas son las pautas que tuve en cuenta al escribir Banquetes domésticos navideños, editado en 1999, cuando organicé las recetas en función del número de comensales, que aparecen en  laguisanderailustrada.blogspot.com.

Y para quienes hayan decidido afrontar la despedida de 2013 recuperando los menús –más acordes con el sector primario de cada región y sus características climatológicas– con que nuestros antepasados celebraban el llegar vivos al nuevo ciclo y para propiciar las bondades de la sufrida madre naturaleza, sugiero que estén atentos a la próxima entrega esta bitácora.

Y mientras tanto, ¡salud y buenos alimentos, aderezados con optimismo y alegría! 

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