Al llegar las Navidades, los buenos sentimientos que han
logrado mantenerse en nuestras conciencias a pesar de los personales
contratiempos y nefastas noticias de acontecimientos más o menos cercanos de
que tenemos información durante el resto del año, parecen aflorar y la ternura
y el afán por confraternizar con amigos y desconocidos se hacen palpables y,
como si los adultos recuperásemos la inocencia y la ilusión que podemos
contemplar en la infancia, se aprecia un general deseo por compartir sonrisas,
celebrar jubilosas reuniones con parientes o con desconocidos y recuperar el
contacto perdido –aunque sólo sea telefónico o epistolar– con cuantas personas
hemos coincidido en alguna etapa de nuestra biografía personal, con el firme
–si bien efímero– deseo de no volver a dejar de alimentar, por pereza o
descuido, aquellas casi evaporadas amistades o de mantener una relación más
cordial con nuestro entorno más próximo.
Y, al margen del despliegue publicitario
con que el comercio aviva nuestro afán consumista desde el inicio del mes del
mes de diciembre, ¿qué corazón no se siente atraído a regresar al hogar de su
infancia al oír la cantinela de los números agraciados en el sorteo de la
Lotería de Navidad?
La insólita tarea de montar belenes
y árboles y de adornar la casa, invadida por aromas específicos de ciertos
platos esos días, acude a la memoria, acompañada –en las personas más sensibles–
con el recuerdo del gozoso agotamiento con que se sentaban a cenar en
Nochebuena y en Nochevieja quienes –casi siempre mujeres–, tras permanecer
largas horas en la cocina, habían transformado verduras, pescados, carnes y frutas en exquisitos manjares que apenas
probaban, pues tenían que de llevarlos a la mesa y distribuir equitativamente
las viandas para evitar que posibles sombras de recelos y envidias enturbiaran
el ambiente.
Pero el modo de vida ha evolucionado, y así como el
disponer del grado de calor deseado al instante y de frigoríficos, neveras y
una serie de nuevos utensilios y herramientas ha abreviado y aligerado los
procesos culinarios y determinados productos y platos tradicionales han cedido
su lugar a otras preparaciones, podemos aprovechar las alteraciones
experimentadas en determinados campos de la estructura social para lograr que
todos los asistentes disfruten igualmente de estos entrañables festines. Para
ello, basta con tener en cuenta unos pocos detalles:
·
Es mejor sustituir determinados
productos de temporada por otros más asequibles, cocinados del modo
tradicional, o elaborar los típicos de estas fechas con otras recetas, para que
cundan más.
·
Hay que organizar un menú general
adecuado para todos los comensales –que
pueden pertenecer a cuatro generaciones–, fácil de repartir equitativamente y
de consumir –o al menos probar– por ancianos y niños: fuentes de aperitivos
variados para todos los gustos; delicadas sopas de agradable sabor; tajadas de pescado sin espinas y de carnes
blandas, acompañadas de suaves guarniciones y con las salsas especiadas presentadas
aparte, y ofrecer alguna preparación alternativa, para evitar que los más
débiles se aburran entre platos y alteren la concordia con su mal humor.
·
Lo mejor para evitar que surjan
temas de conversación conflictivos durante la larga cena, es que tras haber
comentado en privado el tema de la discordia, los litigantes acuerden
previamente con complicidad mantener una tregua durante la velada.
·
Conviene sentar a los niños lejos de
sus padres, entre otros adultos dispuestos a fascinarlos y capaces de controlar
su natural inquietud, y que los ancianos estén junto a los adolescentes, para que se contagien de su
alegría y jovialidad.
·
Es imprescindible que al menos todos
los adultos colaboren activamente –y no sólo con un aporte material o económico–
en los procesos previos y posteriores al encuentro, en la medida de su
capacidad y habilidades.
·
Es preferible celebrar la cena en la
casa familiar mejor equipada, con el mayor comedor y cocina mejor distribuida,
con calefacción y el mobiliario preciso, además de las camas necesarias para
evitar que los muy mayores y los bebés se enfríen salir a la calle al acabar la
velada. (Los servicios de mesa y las viandas cocinadas se pueden transportar ya
hechas, para calentar o enfriar si fuese menester en el último momento.)
Y si los platos que componen el menú de estas cenas pueden
haberse preparado con antelación, de modo que necesiten tan sólo unos minutos
para su calentamiento o terminación, al no ser preciso que se prolongue la
ausencia de un comensal de la mesa, todos podrán disfrutar al completo de estas
veladas. Así que no me queda más que desear a los lectores la clásica y popular
frase reservada para pronunciar felizmente en estas fechas: “¡A pasar buena
noche!”
A la hora de montar la mesa,
conviene cubrir la superficie una manta de muletón –que dará estabilidad a las
copas y aislará la madera de cualquier líquido o mancha que pudiera caer-
debajo del mantel elegido, que ya extendido conviene repasar suavemente con la
plancha caliente para alisar los dobleces. Disponer a continuación los platos
correspondientes al número de comensales, superpuestos en el orden inverso al
que se vayan a utilizar; a ambos lados de cada servicio, distribuir los
cubiertos, y en el lado interno de cada montón –el más distante de las sillas-
situar las copas, empezando por la izquierda, alineadas según el orden de los
líquidos que vayan a contener, para facilitar el despejar la mesa de los
utensilios ya usados.
Dado el carácter familiar de estas
reuniones y que el número de servicios en la mesa es mayor de lo habitual, no
conviene adornarla con elementos que puedan estorbar en la disposición de las
bandejas y que puedan servir a los más pequeños para desencadenar alguna
tragedia –más o menos importante- que altere el encanto de la cena. Pero para
que antes de sentarse los comensales se aprecie claramente el festivo motivo de
la ocasión, nada mejor que depositar sobre los platos ya dispuestos las
servilletas artísticamente dobladas, según las explicaciones que acompañan
estos gráficos, y repartir los adornos navideños sobre otros muebles y en las
paredes.
Espero que si ponéis en práctica algunas de estas
sugerencias os resulten de ayuda, y en espera de volver a vernos el próximo
año, no me queda más que desear a todos la clásica y popular frase reservada
para pronunciar felizmente en estas fechas:
“¡A pasar buena noche!”
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