sábado, 4 de mayo de 2013

LOS TESOROS DE LA HUERTA: Boquita de fresa, corazón de fresón


Disponibles durante casi todo el año en las fruterías muy especializadas –por la evolución de los transportes– y en otros establecimientos –merced a los sistemas de conservación–, seguimos asociando, como nuestros antepasados de hace miles de años, el despertar de la naturaleza tras su letargo invernal con la aparición en las laderas de las montañas y en los bancales de huertos y jardines de las fragantes fresas, sabroso y eficaz regalo de la naturaleza para disipar la astenia primaveral y estimular nuestro paladar para gozar con el resto de frutas y hor­talizas, así como pescados y mariscos y otras viandas de temporada, que, hasta bien entrado el otoño, irán engalanando nuestras mesas.



A medida que se van derritiendo las nieves de las cordilleras, los rojos frutos silvestres más sabrosos y aromáticos que los cultivados de esta planta de la familia de las rosáceas tapizan el suelo de las laderas montañosas pobladas de bosques de pinos, hayas, robles y encinas de las zonas frías del hemisferio boreal, y si bien algu­nos investigadores consideran que las fresas son originarias de los Alpes europeos muy aprecia­das en los banquetes romanos y citadas por Virgilio en las Geórgicas y por Ovidio, eran des­conocidas para griegos y árabes, parece ser que también Norteamérica disponía de varie­dades autóctonas, origen de nuestros populares fresones, que por su mayor tamaño y resistencia se han adaptado mejor a ser cultivadas.

Y es que las fresas que no son sino los carnosos receptáculos de las flores engrosados en su maduración para soportar los diminutos granitos (aquenios), los auténticos frutos, ya recomen­dadas en el siglo XIII por Raimond Llull por sus vir­tudes terapéuticas, no comenzaron a ser culti­vadas hasta el siglo XV, para mayor disfrute del Rey Sol, gran aficionado a su consumo cien años más tarde, y beneficio de las damas maduras de su corte, que las utilizaban recién tri­turadas para regenerar y blanquear su cutis, en mascarillas puestas en práctica por las inglesas hasta bien entrado el XX.

Para satisfacer los deseos de Felipe V de Borbón tras hacerse cargo de la corona española, se plantaron bancales de fresas en los jardines rea­les que rodean los palacios de Aranjuez, El Pardo, el Buen Retiro y el antiguo Alcázar madri­leño –situado en el solar del actual Palacio Real junto a la plaza de Oriente–, costumbre imitada por nobles y funcionarios que disponen de amplias tierras y hortelanos para trabajarlas, ya que estas plantaciones exigen una esmerada labor durante todo el año para obtener una efí­mera cosecha, lo que explica su actual sustitu­ción en nuestros mercados por los fresones, variedades de las misma familia con mayor duración y que soportan mejor el transporte.



Tal vez por esa fragilidad o por la brevedad de su temporada, las fresas silvestres simbolizan la efímera juventud en las culturas escandinavas ­–no sólo para el director cinematográfico Ingmar Bergman– y son muchos los cuentos populares del centro europeo en los que la malvada bruja o el despótico rey encomiendan a una virginal joven la búsqueda de un cestillo de tan precia­do fruto de vivificador color sanguíneo y embriagador aroma, con el fin de consolidar su belleza o su fuerza, atributos de su poder –hay quien los asocia con los ritos practicados por la condesa de Barthóldy y el mito de Drácula–, con la con­secuente muerte de la heroína en la empresa a manos de una(s) o un(os) hermano(s) celoso(s) y su posterior reencarnación en un vegetal (árbol, junco o caña) renacido de la tierra en la siguien­te primavera, materia prima de una flauta acu­sadora para lograr el justiciero equilibrio cósmico, finalizando la narración con la resurrección de la finada heroína y el feliz casamiento con su particular Orfeo.



Curiosamente, las mujeres de algunas tribus indias de Norteamérica asociaban las grandes fresas autóctonas –origen de los actuales freso­nes– con los corazones de los niños fallecidos, mito también reflejado en antiguas leyendas germánicas sobre el papel redentor de los infantes perdidos en los umbrosos bosques, cuyos cuerpos protegidos de las alimañas por las hojas de fresal vivificaban la tierra, mientras que en las leyendas eslavas es fácil encontrar que una divinidad femenina (hada o madonna) saca de la miseria a los campesinos transformando un ces­tillo de fresas recogidas en el brumoso bosque en oro solar.



Fresitas del bosque, reinas de los valles, fresas cultivadas...; fresones camarosa, carisma, cartu­no, irwing, oso grande, selva..., es la planta frutal de mata con más variedades conocida –señal de su gran riqueza en los cada vez más cotiza­dos valores fitosaludables–, y como en la actua­lidad va resultando difícil encontrarlas en el mer­cado en su punto idóneo de maduración, para disfrutar de las propiedades nutricionales y orga­nolépticas de tan preciado alimento, animo a los lectores para que –como pienso hacer yo misma–, de cara al próximo año, cultiven del modo anti­guo ahora bajo el marchamo de "ecológico" en sus casas, en alargados maceteros útil recur­so, cuando no se dispone de huerto, y más útiles que los relajantes micro-jardines budistas de diseño tan de moda, plantas de aromáticas fre­sitas para saborearlas cubiertas de rocío en el desayuno o utilizarlas para la elaboración de pasteles, tartas, confituras, mermeladas, chut­neys, coulis, helados y sorbetes y  aromatizar vina­gres y aceites de oliva virgen extra.

APOTECA
Refrescantes, nutritivas, diuréticas, depurativas, remineralizantes y con propiedades laxantes y hepatoprotectoras, su consumo, recomendado desde antiguo para las personas débiles y de temperamento bilioso y sanguíneo y que ahora sabemos que está especialmente indicado para embarazadas -muy ricas en ácido fólico, favorecedor de la síntesis del material genético y la correcta multiplicación celular-, diabéticos -­el xilitol que contienen es un edulcorante natural que en la farmacopea actual sustituye a la sacarosa- y contrarrestar las molestias originadas por artritis, reuma, gota -según el botánico Linneo-, cálcu­los renales y vesiculares y quienes padecen cán­cer y arteriosclerosis -por su contenido en sílice- y -muy ricas en potasio y magnesio y pobres en sodio- para prevenir enfermedades cardiovas­culares.

Además, proporcionan a nuestro organismo:
   Ø  Hie­rro: que interviene en el transporte del oxígeno a las células.
   Ø  Fósforo: esencial para absorber muchos nutrien­tes
   Ø  Calcio: imprescindible para la salud ósea y la coagulación sanguínea.
   Ø  Yodo: vital para el funcionamiento de la glándula tiroides y
   Ø  Ácido salicílico: potente antiinflamatorlo, si bien es causan­te de alergias en algunas personas sensibles a la aspirina.
   Ø  Ácido cítrico: fortalecedor del sistema inmu­nológico.
   Ø  Así  como vitaminas C antioxidante celular, E llamada de la "juventud" y de la "fer­tilidad", B1, B2, B3, B6 para estabilizar el sistema nervioso y provitamina A que asegura el des­arrollo y buen estado de piel, vista y membranas mucosas, y desintoxicante natural.

    
Y un detalle curioso, los perros y cerdos que se dedican a la búsqueda de trufas, con su fino olfato y magnífico instinto, se disputan enloque­cidos estas frutas silvestres cuando están en sazón.

Pero ahora ha llegado el momento de realizar la primaveral cura de fresas –con la ingesta duran­te 3 ó 5 días de tres tomas de 500 gramos–, la mascarilla regeneradora del cutis antes citada ­–basta triturar el mismo volumen de fresas ya limpias y partidas y de yogur con miel o de mahonesa– o el curioso extracto de sus hojas, muy beneficioso para el aparato locomo­tor, los sistemas nervioso, respiratorio y cardiocir­culatorio, paliativo de trastornos renales y urina­rios y, en compresas templadas, eficaz antiinfla­matorio –hay que llevar a ebullición en 1 litro de agua 1 cucharada de hojas frescas de fresa muy pica­das y 1 cucharadita de raíces de la cosecha anterior trituradas; dejar reposar 10 min, y filtrar, para tomar en ayunas 1 vasito (1 dl) durante 10 días.


Y si frotando con la pasta resultante de las hojas de la fresa machacadas se consigue que cicatricen las llagas bucales y las marcas de acné, friccionando dientes y encías con estás delicadas frutillas no sólo blanquearemos las piezas dentales sino que evitaremos la aparición de caries.  

Así que, por dentro o por fuera, escuchando o no Strawberry Fields Forever de los Beatles o su versión de Peter Gabriel, es el momento de rendirse ante el aroma de estas frutas.

¡Que disfrutéis!






1 comentario:

  1. Una entrada preciosa, y muy interesante sobre las deliciosas fresas. Tienes el maravilloso don de narrar y entrelazar la información: fresas /strawberry, cuentos,cine, canciones, historia y farmacopea.

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