Disponibles durante casi todo el año
en las fruterías muy especializadas –por la evolución de los transportes–
y en otros establecimientos –merced a los sistemas de conservación–, seguimos
asociando, como nuestros antepasados de hace miles de años, el despertar de la
naturaleza tras su letargo invernal con la aparición en las laderas de las
montañas y en los bancales de huertos y jardines de las fragantes fresas,
sabroso y eficaz regalo de
la naturaleza para disipar la astenia primaveral y estimular nuestro paladar
para gozar con el resto de frutas y hortalizas, así como pescados y mariscos y
otras viandas de temporada, que, hasta bien entrado el otoño, irán engalanando
nuestras mesas.
A medida que se van derritiendo las nieves de las
cordilleras, los rojos frutos silvestres –más sabrosos y aromáticos que los cultivados– de esta planta de la familia de las
rosáceas tapizan el suelo de las laderas montañosas pobladas de bosques de
pinos, hayas, robles y encinas de las zonas frías del
hemisferio boreal, y si bien algunos investigadores consideran que las fresas
son originarias de los Alpes europeos –muy apreciadas en los banquetes romanos
y citadas por Virgilio en las Geórgicas y por Ovidio, eran desconocidas para
griegos y árabes–, parece ser que también Norteamérica disponía de variedades
autóctonas, origen de nuestros populares fresones, que por su mayor tamaño y
resistencia se han adaptado mejor a ser cultivadas.
Y es que las fresas –que no son sino los carnosos
receptáculos de las flores engrosados en su maduración para soportar los
diminutos granitos (aquenios), los auténticos frutos–, ya recomendadas en el siglo XIII por Raimond Llull por sus virtudes
terapéuticas, no comenzaron a ser cultivadas hasta el siglo XV,
para mayor disfrute del Rey Sol, gran aficionado a su consumo cien años más
tarde, y beneficio de las damas maduras de su corte, que las utilizaban recién
trituradas para regenerar y blanquear su cutis, en mascarillas puestas en
práctica por las inglesas hasta bien entrado el XX.
Para satisfacer los deseos de Felipe V
de Borbón tras hacerse cargo de la corona española, se plantaron bancales de
fresas en los jardines reales que rodean los palacios de Aranjuez, El Pardo,
el Buen Retiro y el antiguo Alcázar madrileño –situado en el solar del actual
Palacio Real junto a la plaza de Oriente–, costumbre imitada por nobles y
funcionarios que disponen de amplias tierras y hortelanos para trabajarlas, ya
que estas plantaciones exigen una esmerada labor durante todo el año para
obtener una efímera cosecha, lo que explica su actual sustitución en nuestros
mercados por los fresones, variedades de las misma familia con mayor duración y
que soportan mejor el transporte.
Tal vez por esa
fragilidad o por la brevedad de su temporada, las fresas silvestres simbolizan
la efímera juventud en las culturas escandinavas –no sólo para el director
cinematográfico Ingmar Bergman– y son muchos los cuentos populares del centro
europeo en los que la malvada bruja o el despótico rey encomiendan a una
virginal joven la búsqueda de un cestillo de tan preciado fruto de vivificador
color sanguíneo y embriagador aroma, con el fin de consolidar su belleza o su
fuerza, atributos de su poder –hay quien los asocia con los ritos practicados
por la condesa de Barthóldy y el mito de Drácula–, con la consecuente muerte
de la heroína en la empresa a manos de una(s) o un(os) hermano(s) celoso(s) y su
posterior reencarnación en un vegetal (árbol, junco o caña) renacido de la
tierra en la siguiente primavera, materia prima de una flauta acusadora para
lograr el justiciero equilibrio cósmico, finalizando la narración con la
resurrección de la finada heroína y el feliz casamiento con su particular
Orfeo.
Curiosamente, las
mujeres de algunas tribus indias de Norteamérica asociaban las grandes fresas
autóctonas –origen de los actuales fresones– con los corazones de los niños
fallecidos, mito también reflejado en antiguas leyendas germánicas sobre el
papel redentor de los infantes perdidos en los umbrosos bosques, cuyos cuerpos
protegidos de las alimañas por las hojas de fresal vivificaban la tierra,
mientras que en las leyendas eslavas es fácil encontrar que una divinidad
femenina (hada o madonna) saca de la miseria a los campesinos transformando un
cestillo de fresas recogidas en el brumoso bosque en oro solar.
Fresitas del bosque,
reinas de los valles, fresas cultivadas...; fresones camarosa, carisma, cartuno,
irwing, oso grande, selva..., es la planta frutal de mata con más variedades
conocida –señal de su gran riqueza en los cada vez más cotizados valores
fitosaludables–, y como en la actualidad va resultando difícil encontrarlas
en el mercado en su punto idóneo de maduración, para disfrutar de las
propiedades nutricionales y organolépticas de tan
preciado alimento, animo a los lectores para que –como pienso hacer yo misma–,
de cara al próximo año, cultiven del modo antiguo –ahora bajo el marchamo de
"ecológico"– en sus casas, en alargados maceteros –útil recurso,
cuando no se dispone de huerto, y más útiles que los relajantes micro-jardines
budistas de diseño tan de moda–, plantas de aromáticas fresitas para
saborearlas cubiertas de rocío en el desayuno o utilizarlas para la elaboración
de pasteles, tartas, confituras, mermeladas, chutneys, coulis, helados y
sorbetes y aromatizar vinagres y aceites
de oliva virgen extra.
APOTECA
Refrescantes, nutritivas,
diuréticas, depurativas, remineralizantes y con propiedades laxantes y
hepatoprotectoras, su consumo, recomendado desde antiguo para las personas
débiles y
de temperamento bilioso y sanguíneo y que ahora
sabemos que está especialmente indicado para embarazadas -muy ricas en ácido
fólico, favorecedor de la síntesis del material genético y la correcta
multiplicación celular-, diabéticos -el xilitol que contienen es un
edulcorante natural que en la farmacopea actual sustituye a la sacarosa- y
contrarrestar las molestias originadas por artritis, reuma, gota -según el
botánico Linneo-, cálculos renales y vesiculares y quienes padecen cáncer y
arteriosclerosis -por su contenido en sílice- y -muy ricas en potasio y
magnesio y pobres en sodio- para prevenir enfermedades cardiovasculares.
Además,
proporcionan a nuestro organismo:
Ø
Hierro: que interviene en el transporte del oxígeno a las
células.
Ø
Fósforo: esencial para absorber muchos nutrientes
Ø
Calcio: imprescindible para la salud ósea y la coagulación
sanguínea.
Ø
Yodo: vital para el funcionamiento de la glándula tiroides
y
Ø
Ácido salicílico: potente antiinflamatorlo, si bien es causante
de alergias en algunas personas sensibles a la aspirina.
Ø
Ácido cítrico: fortalecedor del sistema inmunológico.
Ø
Así como vitaminas C
–antioxidante celular–, E –llamada de la "juventud" y de la
"fertilidad"–, B1, B2, B3, B6
–para estabilizar el sistema nervioso– y provitamina A –que asegura el desarrollo
y buen estado de piel, vista y membranas mucosas, y desintoxicante natural.
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Y un detalle curioso, los perros y cerdos que se dedican a la búsqueda de trufas, con su fino olfato y magnífico instinto, se disputan enloquecidos estas frutas silvestres cuando están en sazón.
Pero ahora ha llegado el momento de realizar
la primaveral cura de fresas –con la ingesta durante 3 ó 5 días de tres tomas
de 500 gramos–, la mascarilla regeneradora del cutis antes citada –basta triturar
el mismo volumen de fresas ya limpias y partidas y de yogur con miel o de
mahonesa– o el curioso extracto de sus hojas, muy beneficioso para el aparato
locomotor, los sistemas nervioso, respiratorio y cardiocirculatorio,
paliativo de trastornos renales y urinarios y, en compresas templadas, eficaz
antiinflamatorio –hay que llevar a ebullición en 1 litro de agua 1 cucharada
de hojas frescas de fresa muy picadas y 1 cucharadita de raíces de la cosecha
anterior trituradas; dejar reposar 10 min, y filtrar, para tomar en ayunas 1
vasito (1 dl) durante 10 días.
Y si frotando con la pasta resultante de las hojas de la fresa machacadas se consigue que cicatricen las llagas bucales y las marcas de acné, friccionando dientes y encías con estás delicadas frutillas no sólo blanquearemos las piezas dentales sino que evitaremos la aparición de caries.
Así que, por dentro o por fuera, escuchando o no Strawberry Fields Forever de los Beatles o su versión de Peter Gabriel, es el momento de rendirse ante el aroma de estas frutas.
¡Que disfrutéis!
Una entrada preciosa, y muy interesante sobre las deliciosas fresas. Tienes el maravilloso don de narrar y entrelazar la información: fresas /strawberry, cuentos,cine, canciones, historia y farmacopea.
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