Fieles
a su cita anual en el hemisferio norte de nuestro maltrecho planeta, en fechas próximas al equinoccio de primavera
aparecen en el mercado las brillantes y prietas vainas de guisantes -más
o menos cilíndricas, puntiagudas en sus extremos y generalmente de entre 5 y 10
cm- que albergan en su
interior un número indeterminado de redondas y compactas semillas, de aspecto
liso o arrugado y que en su madurez pueden presentar el intenso color verde que
habitualmente conocemos o amarillo e incluso blanco -ya que son muchas las variedades de esta leguminosa-, y que por su riqueza nutritiva han servido de sustento al
hombre y a los animales de su entorno doméstico desde los albores de la
humanidad.
Aunque
no se tiene certeza de su origen, sí sabemos que las plantas de guisante han
sido cultivadas por nuestros antepasados desde el neolítico, ya que se han
encontrado vestigios de sus semillas en diferentes excavaciones en la India -siete milenios antes de nuestra era y de donde se supone se
extendió su cultivo a China-, en algunas tumbas pre-dinásticas
egipcias, en las ruinas de la antigua Troya y en asentamientos de la actual
Suiza que datan del 4.500 a.C.
Ricos
en fibra y carotenos, los guisantes nos proporcionan potasio (regularizador del
ritmo cardíaco, de las contracciones musculares y nerviosas y del grado de
humedad celular), fósforo (determinante en el buen funcionamiento cerebral y
del sistema nervioso en general), calcio (reforzador de los huesos, de la permeabilidad de las membranas celulares y
de la excitabilidad neuromuscular), hierro (sagaz adalid contra la astenia
primaveral, al llevar el oxígeno a las células), por-vitamina A o retinol (cuya carencia dificulta la adaptación
ocular a las variaciones de luz) y vitaminas de la famila B -tiamina (imprescindible en la formación de los
glóbulos rojos), niacina (coenzima liberadora de la energía de los nutrientes),
riboflavina (regeneradora de los tejidos) y
biotina (que interviene en el metabolismo de los ácidos grasos y asegura
el buen funcionamiento del hígado)-, C (eficaz
antioxidante y estimulante del sistema inmunológico), E (antioxidante celular)
y K (indispensable en la síntesis hepática de los enzimas coagulantes de la
sangre), y su consumo está especialmente indicado para las personas
hipertensas, propensas a la anemia, que sufren alteraciones nerviosas,
depresión o ansiedad e irritabilidad y dolores reumáticos, así como para
mantener una piel sana, aumentar las defensas del organismo y prevenir las
enfermedades cardiovasculares y la descalificación.
Así pues, no es de extrañar su temprana inclusión en
la dieta infantil en purés y papillas, cuyas recetas -tanto caseras como industriales- derivan de los usos practicados por los austeros
espartanos -que aprendieron a moler los granos secos como todavía
hacen en la India e, incluso, en algunas zonas rurales del Reino Unido y de
Irlanda- y por los habitantes de la Grecia clásica, que
también disfrutaban consumiendo los granos crudos cuando todavía no estaban
maduros, a modo de golosina, costumbre imitada posteriormente por los romanos,
y que últimamente está siendo promocionada por algunos de nuestros destacados chefs bajo el apelativo “guisantes lágrima”, presentados en crudo como ingrediente estrella en estas fechas en muchas de sus creaciones.
Legumbre habitual en los pucheros populares de la
Europa húmeda durante la hegemonía del
imperio romano -Apicio sugiere cocinarlas con especias o como
ingredientes imprescindible de un suculento pudín y Diocleciano los menciona en
uno de sus edictos, del que procede la costumbre extendida en la cornisa
Cantábrica de sembrar las trepadoras plantas de guisante para separar
propiedades y cultivos-, los guisantes, desgranados y sometidos a un proceso
de secado similar al que se sigue aplicando a otras legumbres para proceder a
su almacenamiento con el fin de prolongar y facilitar su disponibilidad,
solventaron las hambrunas medievales de la plebe, que utilizaban las indigestas
vainas como forraje del ganado y para rellenar colchones y edredones. (Conviene
recordar el cuento de la “princesa de auténtica sangre real” que, acostumbrada
durante generaciones a descansar sobre delicados plumones y vellones de lana,
no logra conciliar el sueño cuando recuesta su cuerpo sobre unos cuantos
mullidos cobertores que esconden un
grano de esta legumbre que da nombre al relato.)
A pesar de que Apicio incluyera en su De re
coquinaria el modo de cocerlos -con
alcaravea, comino y cilantro, entre otros condimentos, para facilitar su
digestión, motivo por el que en las cocinas árabes se cuecen con menta, en
Francia con un cogollo de lechuga muy picado y en Alemania con azúcar-, precisamente por tratarse de un alimento de consumo
habitual por el vulgo, no es fácil encontrar recetas de guisantes como ingrediente principal en los escritos
que han llegado a nuestras manos de los cocineros de reyes y nobles europeos
anteriores al siglo XVI, cuando por el capricho de un rey de Francia –Carlos
IX, hijo de Catalina de Médicis, quien los introdujo en la corte– se pusieron
de moda.
Desde entonces, guisantes, chícharos, arvejas,
arbeyos, pèsols, arvilhas... -distintos nombres para el mismo producto- , pueden aderezarse de muchas formas, siempre
desgranados -salvo los “tirabeques”, cuyas delicadas vainas también
son comestibles, y los “flamencos”, que se emplean en la elaboración de sopas y
purés- y cocidos: “a
la inglesa”, aderezados con mantequilla, perejil y sal; “a la francesa”,
cocidos con mantequilla, lechuga o cebolla y sazonados al final; “a la
mayordoma”, cocidos después de escaldados en un sofrito de tocino, mantequilla
y harina; “a la germana”, con manteca de cerdo y salchichas; “a la española”, con aceite de oliva y jamón
curado picado; “a la casera”, con panceta fresca o beicon en lugar de jamón
serrano; “a la hortelana”, con aceite o
mantequilla, cebolla, perejil, azúcar y caldo..., además de intervenir en
panachés y menestras primaverales, en guisos de patatas, de carne o de pescado,
preparaciones de arroz y de pastas de trigo así como en ensaladas y macedonias, y son imprescindibles
en cualquier plato que se apellide “a la jardinera” o “Saint-Germain (en recuerdo de las amplias plantaciones de esta leguminosa cultivadas por los benedictinos en su desaparecida abadía parisina).
Ya cocidos -envasados en
lata o en cristal- o congelados -tras haber sido escaldados para destruir toda
actividad bacteriana y enzimática, lo que facilita su digestibilidad-, durante todo
el año disponemos de deliciosos y nutritivos guisantes, verde legumbre que goza
de general aceptación.
Espero que disfruten con estas verdes perlas que anuncian el regreso de Proserpina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario