viernes, 12 de abril de 2013

HABAS DE ABRIL, PARA MÍ


«Las habas de marzo, para el amo;
las de abril, para mí;
las de mayo, para mi caballo;
las de ju­nio y julio, para ninguno».
ANÓNIMO ALAVÉS



De forma escalonada, y no sólo por la diferencia de latitud entre las huertas de las distintas comarcas de nuestro país y sus peculiaridades climatológicas, sólo entre febrero y mayo podemos disponer de las delicadas habas frescas, en su vaina aplastada de extremos redondeados, de 15 cm y  de color verde, cuando los granos se pueden consumir crudos –si son pequeños y tiernos, tras retirarles la gruesa piel, muy rica en tanino, que los recubre– o cocidos, con sin vaina o calzón (de propiedades astringentes),  si bien al desgranar 500 g se obtienen 200 g de semillas (con virtudes ligeramente laxantes).

De la familia de las Leguminosas, esta planta anual originaria de la meseta de Irán ya era cultivada en el Neolítico y se han encontrado semillas de haba en las excavaciones realizadas en las ruinas de Troya.  

Conocida por los antiguos egipcios, en 2200-2400 a.C., quienes consideraban que en ellas se almacenaban las almas de los muertos, por  el olor que desprenden al ser secadas al sol  parecido al del semen humano y la forma que adoptan al comenzar a germinar, parecido al órgano sexual femenino que se va transformando en un bebé.

Aparecen referenciadas entre las dádivas que los amonitas presentaron al rey David de Israel,y fueron griegos y romanos los encargados de extender su cultivo por el ámbito del Mediterráneo, para el consumo humano, por su alto valor nutricional y por soportar un prolongado almacenamiento secas (se ha conseguido germinar las semillas encontradas en las tumbas egipcias) sin alterar sus cualidades, y como planta de rotación, para enriquecer la tierra nitrogenándola.

La fobia de los sacerdotes egipcios hacia la visión de las habas que refiere Herodoto se vio acentuada por Pitágoras –también creyente en la trasmigración de las almas–, que prefirió ser apresado antes de atravesar un sembrado de esta planta, y de Empédocles, renuente a consumir un producto cuyo nombre era sinónimo de testículo o tal vez porque según la mitología griega, no las llevara Ceres entre las semillas que llevara a Feneos al llegar a Arcadia, además de su asociación  con el mundo de los muertos, por la apariencia “macabra” de las flores de esta planta, cuyas semillas se utilizaban en el Foro como “papeletas” para votar los castigos a imponer a quienes no cumplían las reglas.
También  Plutarco desaconsejaba su ingesta, en este caso en las cenas (que era la comida principal en los hogares), por provocar visiones y sueños libidinosos y alterar el reposo nocturno, aunque el origen de tal rechazo tal vez estuviera en las contiendas comerciales y bélicas contra fenicios y cartagineses, pues era preferible que navegantes y soldados no desviaran su atención de la exigida por sus profesiones.
Queda palpable esa dicotomía de amor y muerte asociada en la antigüedad a las habas, asociadas a la muerte al considerarse que en ellas se albergaban los espíritus de los ancestros y al amor –no sólo por proporcionar sustento a los vivos, sino por facilitar y proteger su descendencia en su intervención en algunos de los ritos romanos:  en la celebración de las Feralia, las Lemuria y las Carnalia y en los casamientos.
Y si el 1 de febrero se le ofrecía a la ninfa del inframundo Tacita entro otros sacrificos tres habas negras chuperreteadas por una anciana en las Feralia para honrar a los dioses del hogar y acallar a los ancestros, en los días 9, 11 y 13 de mayo cada pater familiae entre otros gestos arrojaba a su espalda un puñados de esas semillas habas al desandar su paseo nocturno por las estancias del hogar en las Lemuria para tranquilizar a sus muertos, mientras en las Carnalia (el 1 de junio) se consumía un suculento puré de habas secas con tocino para homenajear a Carmia, diosa encargada del desarrollo y crecimiento de los seres vivos, y entre ellos los hijos varones del matrimonio en que presumían se habían encarnado los espíritus de los antepasados encerrados en las habas que se habían entregado en sus esponsales a los recién casados (tal vez para que, al ser sembradas aseguraran el futuro condumio familiar durante todo el año).
Muy valoradas por su poder alimenticio por Galeno y Plinio –quien conocía que eran un alimento básico de sus legiones, otro insigne romano nacido en Gades (la actual Cádiz), Columela, explicó en sus escritos no sólo cómo cultivar las habas sino los métodos de secado y almacenamiento, y también Dioscórides les prestó atención ya que utilizaba sus hollejos a modo de cápsulas para facilitar la ingesta de preparados medicinales de desagradable sabor, si bien el traductor de su Materia médica Andrés Laguna, médico personal del emperador Carlos de Habsburgo en el siglo XVI) rechazaba su consumo por considerarlo estimulante de la líbido, como hiciera diez siglos antes Jerónimo de Estridón, que  prohibió su cultivo en los huertos conventuales además de traducir al latín popular la Biblia.
Ahora sabemos que  las habas nos aportan potasio, calcio, azufre, fósforo, magnesio, sodio, cloro, hierro,  cobre y vitamina B1 y un alto contenido de hidratos de carbono y proteínas, pero ya nuestros antepasados conocían su valor nutricional, como de muestra la gran variedad de recetas  tradicionales ya que tanto frescas como secas  intervienen con o sin piel en gran cantidad de pucheros tradicionales de toda Europa, donde también durante siglos se han usado molidas para con su harina elaborar gachas, purés y panes.

Las habas, una vez desgranadas y secadas –como ahora se hace con las alubias englobadas en nuestra cultura bajo el genérico nombre de “judías”, que venidas del Nuevo Mundo pronto las sustituyeron en muchos de los ancestrales pucheros (pero eso es otro tema),  junto con las patatas–, aseguraban la nutrición diaria de muchas familias de hortelanos y campesinos hasta bien entrada la edad moderna de las culturas europeas, por su fácil conservación y la rapidez de su cosecha al acabar el invierno, tras haber sido sembradas en otoño.

Y aunque su  cultivo se ha visto progresivamente disminuido por distintos motivos, que van desde la desaparición de los animales de carga en el medio rural –que consumían sus vainas como forraje– hasta su asociación con la miseria en pasadas épocas, sin olvidar los efectos psicotrópicos que producía la ingesta del cornezuelo y los gorgojos que antaño parasitaban entre las semillas en los graneros, ahora es el momento para  disfrutar de las tiernas habas en sazón, leguminosa tan delicada que las tersas vainas se oscurecen rápidamente además de endurecerse tras haber sido arrancadas de su mata, y para animar su consumo pasaré a relataros en otra ocasión la retahíla de preparaciones populares en que esta leguminosa rsulta imprescindible, incluyendo la detallada explicación de algunos de los platos que por su antigüedad puede resultar difícil encontrar en este medio.

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