lunes, 9 de noviembre de 2015

Quienes me conocen personalmente saben que, al margen de mis compromisos docentes y laborales, siempre me ha gustado desaparecer de cualquier ambiente durante largas temporadas, ya sea por cambiar de ciudad o incluso de barrio (cuando he residido en alguna urbe), y no siempre por motivos profesionales  o afectivos.  
                                           

Y no se me ocurrió vacunar este medio de comunicación a mi inquieto afán de emular a los ojos del Guadiana (ese río peninsular cuyo nacimiento emerge de improviso en distintos tramos), pero si bien dejé sin actividad mi primer intento por abrir este blog (al haber olvidado mi antigua contraseña), intentaré rectificar ese abandono, y nada mejor que hacer coincidir tal reaparición con el inicio del veranillo  de san Martín, tras las celebraciones de la última fiesta de las cosechas en el calendario celta –y tiempo del inicio de la matanza del cerdo doméstico en el medio rural hasta un pasado reciente en el hemisferio norte–, que en la cultura china se considera como la estación intermedia,  asociada al elemento Tierra en la teoría de los cinco elementos de su medicina tradicional.

                                              


Curiosamente, así como los druidas aconsejaban en sus tribus utilizar para los festejos de Samhain –precedente de la desacralizada fiestas de Halloween– ornamentos de color amarillo y naranja (además del verde, propio del muérdago, que se recolectaba en esas fechas), también en el otro extremo del continente euroasiático se recomendaba el empleo de esos colores para equilibrar el funcionamiento de los órganos encargados del metabolismo de los nutrientes ingeridos y su transformación en energía, con las despensas abastecidas de las cosechas de los campos (cereales y leguminosas) y de las huertas estivales (con frutas y verduras, cocidas con miel o azúcar, secadas, ahumadas o fermentadas), completada con  las vituallas de temporada obtenidas en los bosques  (frutillas rojas, frutos secos y la amplia variedad de hongos otoñales, silvestres o cultivados) y las viandas resultantes de la caza.
                                                  


Es tiempo de calabazas y cítricos y de cosechar los pistilos de las rosas del azafrán –cuyo color tiñe la vestimenta de los santones hindúes y de los mojes budistas así como de  las musas griegas– así como de raíces y tubérculos y de berzas –resistentes a las frías temperaturas que se avecinan– y de cosechar olivas, nueces y almendras, que nos proporcionan la energía y el placer necesarios para avanzar en el tiempo, cuyos orígenes, leyendas, propiedades y versatilidad, me proporcionarán sustancioso material para esta nueva etapa.


Y, recuperando las buenas formas, ¡salud y buenos alimentos!

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